Aceptación, no conformismo

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Pues será mejor que empiece compartiendo lo mas fuerte: la vida no es justa. No, no lo es. Sé que ya lo habrán notado. Más allá de todas esas bellas fantasías sobre equilibrios cósmicos y seres que nos protegen de infortunios y desavenencias, nuestra vida -la mía y estoy seguro que la suya- está plagada de momentos en los cuales el mayor esfuerzo simplemente no dio los resultados esperados. Dimos el 110% -¿realmente lo dimos o nos convencimos de haberlo dado?- y aún así no conseguimos nuestro objetivo. Es más, puedo recordar varios momentos en mi vida en que lo que obtuve fue mucho mayor a lo que tendría que haber recibido, lo cual, si lo piensan, también es injusto. Es parte de mi filosofía de vida: si la justicia no existe, sería irresponsable de mi parte esperar que dicho principio regule mi caminar existencial. Es poco motivante, lo sé, pero creo que es así: hay cosas que simplemente suceden, no puedo evitarlo. En cada segundo de mi existencia confluyen cientos de variables, lo cual me impide vaticinar aquello que está por venir.

Para la psicología, los niveles de aceptación dan cuenta de la capacidad de un ser humano para sobreponerse y aspirar a estados de equilibrio. Si la vida no es justa, tendremos que enfrentarnos a situaciones que no habríamos querido experimentar. Podemos enojarnos, maldecir, entristecernos, vengarnos, participar en huelgas, despotricar en redes sociales, etc. y sin embargo, más allá de toda la alharaca y todo el drama producido, lo que sucedió, sucedió. Habríamos querido que fuera diferente, pensamos que tendríamos que haber tenido mejor suerte, estamos seguros que nada vaticinaba dicho resultado y, sin embargo, la realidad está allí para recordarnos que una cosa es lo que deseamos y otra lo que sucede. Algunas veces dichas dimensiones coinciden. Otras… no.

Aceptar, siendo que se escucha tan fácil y resulta tan difícil, es la capacidad mental gracias a la cual dejamos de comparar lo fantaseado con lo sucedido. Acepto algo en el momento en que entiendo que la realidad es una y no puede modificarse. Puedo aprender de lo sucedido, puedo incluso evitar repetir el experimento que no concluyó como esperábamos, pero, ante todo, debo darle primacía a lo vivido, por encima de lo esperado. Al aceptar, algo en nosotros se libera, se aleja, nos abandona. En nuestro espacio mental algo se muda hacia otro lado y deja allí un espacio en el cual volver a crear. Creamos sueños, creamos esperanza, creamos metas. En síntesis: no hay modo de «moverse» si antes no se alcanza el estado de aceptación (les ofrezco el ejemplo de los duelos psicológicos: no hay forma de superarlos si no se acepta la realidad. Usted puede tomarse todas las pastillas que quiera, que hasta que no acepte lo sucedido, continuará sufriendo).

Conformarse es otra cosa. Es tolerar aquello que no sentimos merecer. Es entregarse de una vez por todas a esa peligrosa invención llamada «destino», esa que nos recuerda que a algunas personas el bienestar les está vedado. En el momento en que nos conformamos, algo en nosotros empieza a agonizar. Es que no es la muerte, en sentido categórico, sino mas bien una antesala, algo que prepara la aparición de la extinción del deseo. Dejar de desear es empezar a morir. El que se conforma deja de luchar, se entrega a su suerte, decide padecer. Hace del malestar su ambiente cotidiano y del hartazgo su estado emocional usual.

Sé que suena a teoría conspiratoria, pero conformarse le beneficia al sistema. Todo aquel que se conforme deja de intentar estar mejor y allí, se vuelve presa fácil del mercado. Para una mente habitada por el conformismo, los únicos momentos en que experimenta algo parecido a vivir son aquellos en que se entrega a los distractores, y sabemos que hoy en día estos abundan. Derrotado, débil, enfermo, cambia la concentración por la distracción. Empieza a hacer tiempo con lo que sea, irónicamente, a la espera de que el tiempo transcurra. El conformista es un pesimista, un fatalista. Requiere además de altos grados de fe: aquella persona que se conforma CREE que lo que le sucede es lo que debe sucederle. Acepta un porvenir que no estaba escrito y sin embargo abraza.

Intentar no entregarse al fatalismo es difícil en estos días. Lo sé bien. Pero conformarse con menos de lo que merecemos es darle gusto al sistema y algunos somos demasiado rebeldes como para darles ese gusto a los que buscan enfermarnos.

Allan Fernández, Psicólogo Clínico / Facebook / el otro blog

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