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No me pidan que sea objetivo respecto a Sam Harris. Ni siquiera pienso intentarlo. Sam es uno de esos autores que llegó en el momento preciso, a la hora indicada. En medio de toda esta ola de espiritualidades light, me tropecé con la obra de este filósofo y neurocientífico, con quién comparto algunos puntos neurálgicos de mi visión de mundo: es un escéptico total, un crítico de los sistemas religiosos y sus propuestas fundamentalistas, un defensor de la ciencia y la razón y -por si fuera poco-, un practicante de meditación desde hace más de dos décadas.
No sé cuántos debates en los que ha participado he observado, ni cuántos episodios de su podcast he escuchado, siendo que escuchar podcasts no es algo que haga con frecuencia. Leí su texto «Waking Up» y aún continúo impresionado con su claridad y contundencia. Actualmente estoy llevando su curso -el cual lleva el mismo nombre del libro que recién mencioné-, en el cual se van explorando diversos temas filosóficos acompañados de meditaciones particulares. Sí, soy fan de Harris.
Su ensayo «Lying» («Mentir») es una propuesta ética fundamental en estos momentos de «fake news», redes sociales y poses políticas. Todo aquel que miente, plantea el autor, estorba al otro en su capacidad de observar las cosas como son. Mentir es, ni más ni menos que entrometerse en la relación que el otro tiene con la realidad. Y eso no es poca cosa…
Mentir es faltar a la ética más fundamental, esa sobre la que basamos nuestras actuaciones. Más allá del pecado y la culpa, al mentir nos fallamos y creamos las condiciones para que los otros pierdan su confianza en nosotros. El que miente lesiona el lazo social, lo empobrece y se empobrece en el mismo movimiento. La mentira, antes de ser proferida, no causa daño. Una vez pronunciada -escrita, publicada- cobra vida por sí misma. Se vuelve un ente independiente y hambriento. Requerirá de más mentiras para sobrevivir. Es una especie de caníbal.
¿Y cuál es el antídoto contra el deseo de mentir? Trabajar en nuestra integridad. El ser humano íntegro le da valor y respeta a su interlocutor. El que miente habita en un espacio irreal y arrastra a los otros a dicho espacio. Al hacerlo, los irrespeta, los minimiza, los utiliza. El que recibe la mentira sufre por el engaño. El que emite la mentira sufre por la culpa (nota personal: excluimos a los sociópatas y psicópatas, quienes no cuentan con la capacidad cerebral para experimentar el arrepentimiento).
Si nos asumimos como garantes sociales, no podemos obviar la responsabilidad que conlleva fomentar lazos valiosos con aquellos que nos rodean, nuestros prójimos (próximos). No podemos solicitar conexiones de calidad si no teñimos nuestros actos y nuestro discurso con el revestimiento de la honestidad. Solo el que actúa de modo honesto podrá experimentar el gozo de ser parte de intercambios gratificantes, sin importar si nos referimos al ámbito de lo amoroso, lo familiar o lo social, en sus diversas dimensiones (profesional, cívica, laboral, etc.). Política y religión… espacios en los que la honestidad parece haber pasado de moda.
La mentira, una vez descubierta, provoca un daño -en el mayor de los casos- irreparable. Dice Harris al respecto: «podemos disculparnos… y podemos decidir ser más francos en el futuro. Pero no podemos borrar la mala impresión que hemos dejado en la mente de los demás«. Descendemos, al momento de mentir, en la escala de confianza de los otros. Nos transformamos en alguien menos confiable, peso que podría acompañarnos el resto de dicha interacción.
Apartado especial ocupa su reflexión sobre los secretos. Contamos con información que no sentimos necesario compartir con los otros. No se convierte esto en una mentira, siempre y cuando eso que oculto, una vez sabido, cuente con la potencialidad de dañar mi relación con alguien en particular. Un secreto es una cosa y el acto voluntario de ocultar información, so peligro de experimentar una molestia o una recriminación por parte del otro, es algo muy diferente. En este punto -es mi opinión- podríamos reflexionar sobre la intimidad de la información electrónica de cada uno de nosotros. Nos queda de tarea…
Como les decía al inicio, Sam propone una especie de ética relacionada a nuestra relación con la verdad. Quizás, plantea él más o menos a la mitad del ensayo, debemos seguir un precepto muy sencillo: NO MENTIR. Y preferiblemente no hacerlo por el miedo a ser castigado por seres sobrenaturales (ni él ni yo somos creyentes), sino por el simple hecho de nutrir nuestras interacciones con honestidad y claridad. El que miente se resta a sí mismo consistencia, se vuelve vulnerable.
Finalizo con esta cita textual: «la vulnerabilidad nace de fingir ser alguien que no se es«.
Allan Fernández, Psicólogo Clínico y moderador de la comunidad virtual Dimensión Psiconáutica / Podés seguirme a través de Facebook o suscribirte a mi «newsletter».