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Vivimos en un país altamente húmedo, resultado del sitio geográfico en el que nos encontramos. Somos un grupo de montañas rodeadas de costas. Frío y calor = humedad. Hemos aprendido, quizás a la fuerza, a presupuestar el efecto que dicha condición metereológica generará en nosotros, en nuestra salud. Los que son padres de familia lo entienden mejor que nadie: época lluviosa = hijos resfriados.
¿Cuál sería la logística apropiada, si lo que deseamos es mitigar dicha impacto en nuestra salud? ¿Esperar que ojalá este año no suceda? No tiene sentido. Sabemos que sucederá. ¿Solicitar a alguna fuerza sobrenatural que nos proteja de las inclemencias del clima? Tampoco tiene sentido. Si dicha entidad existiese, espero que esté ocupada en menesteres más cósmicos, más universales. ¿Encerrarnos en nuestros hogares hasta que el verano aparezca de nuevo? Ese me gusta, pero asumo que es un lujo que muy pocos podrían otorgarse. Entonces, usted lo sabe. Yo lo se. Intentamos protegernos. Empezamos, quizás no con muchas ganas, a cargar abrigo y paraguas. Los más creyentes en los avances de la farmacéutica irán a vacunarse. Algunos otros intentaremos reforzar la ingesta de ciertos alimentos que robustezcan nuestro sistema inmune («nuestras defensas», como les llamamos coloquialmente).
Ante la situación arriba descrita, existen dos tipos de personas: los proactivos y los reactivos. Los primeros intentan evitar que el efecto del clima vaya a afectar en demasía. Los segundos, sea por negligencia o por distracción, se encargarán del quebranto de salud cuando aparezca. Son dos modos de «entrarle» al asunto. Aún los más proactivos algunas veces no podrán evitar el tener que re-accionar ante algún evento no previsto. Lo que sucede fuera de nosotros es incontrolable.
Con nuestro estado emocional sucede algo similar. Vivimos rodeados de humanos y estos son tan impredecibles como nosotros. Yo podría haberme propuesto guardar la compostura en todo momento el 1ro. de enero y experimentar la frustración al no conseguirlo ese mismo día al final de la tarde. Freud tiene razón: estar rodeado de personas es una fuente potencial de malestar. Nuestro estado emocional re-acciona ante los eventos del exterior (y los del interior, los de nuestra mente). Es por esto que considero fundamental aprender alguna técnica gracias a la cual mitigar el efecto de lo que sucede a nuestro alrededor.
Si tuviera que plantear, en palabras sencillas, qué he conseguido al instaurar el hábito de la meditación, tendría que decir que lo que me sucede, lo no esperado y potencialmente molesto, me molesta menos que antes. He conseguido, parcialmente claro está, crear una especie de sistema inmune emocional. Casi al mismo tiempo, y quizás como consecuencia de ponerle atención a mi mente, me di cuenta que lo que tanto me molestaba tenía poco que ver conmigo. Quiero decir que descubrí el rol de víctima, ese que me llevaba a asegurar que la gente hacía, decía, pensaba y publicaba cosas para molestarME. Imaginen el nivel de extravío.
No creo que la meditación genere efectos inmediatos. Casi nada lo logra. Los defensores de los psicofármacos, por ofrecer un simple ejemplo, saben de sobra que el efecto perseguido al ingerir algún tratamiento tomará varias semanas en alcanzar su cometido. Con el ejercicio físico sucede lo mismo. Para que el pantalón no talle tanto, más allá de la matada que te pegaste el primer día, tendrás que mantener la calma, ser paciente y trabajar con constancia. La gente que ora se habrá dado cuenta que lo que pide no le cae a la par al momento de finalizar su súplica. No. Todo toma su tiempo.
Si usted se encuentra en un ambiente estresante le convendría aprender a meditar. Si su familia es un borbollón de emociones incontroladas le convendría aprender a meditar. Si sus miedos le impiden disfrutar de su existencia podría serle de utilidad aprender a meditar. Si usted ya entendió que a nuestro alrededor puede suceder cualquier cosa, sería importante aprender a meditar.
O no… y seguir reaccionando a todo lo que le sucede y lo que no le sucede que quería que le sucediese. Puede seguir siendo controlado por su mente o aprender, poco a poco a controlarla. No propiamente la mente. Lo que intenta controlarse son las ideas, las emociones y los recuerdos que nuestra mente alberga y produce.
Allan Fernández