En esos días en que nada se siente bien…

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Hace algunos meses, al conversar con un querido amigo, le confesaba que por mes -en promedio-, yo me sentía realmente bien (o al menos bien) unos 25 días. Su reacción me impresionó. Me dijo: «¡que dichoso sos!«. De entrada me dio algo de vergüenza reconocer que no me sentía bien todo el mes, pero fue gracias a su interlocución que caí en cuenta que estar bien más del 80% del mes era un verdadero motivo de celebración. Hoy quiero hablarles no de cómo se sienten esos 25 días. Prefiero compartirles cómo se sienten esos poco agradables 5 días…

El mito del terapeuta siempre en total balance es exactamente eso, un mito. Una leyenda urbana, tan tierna y fantasiosa como tantas otras que pululan en el imaginario social. Los relatos de la clínica, las más de las veces, son verdaderos problemas a resolver, muchos de ellos, vividos por personas mental y hasta físicamente disminuidas. Con los años -como si se mudara la piel propia por otra más ancha- vas creando modos de acompañar a tus consultantes sin verte directamente afectado (ser un terapeuta capaz no es sólo solidarizarse, sino buscar soluciones). Sin embargo, nuestro día a día no es particularmente liviano. No lo era cuando me gradué hace dos décadas. No lo es ahora. No lo será en el futuro.

No me considero una persona propensa a la depresión, aunque por supuesto me he sentido inmensamente triste varias veces a lo largo de mi vida. Así que cuando me refiero a mis días «malos» mensuales (lo entrecomillo ya que claramente podrían ser peores), no es tristeza lo que experimento. Es más bien una pegajosa sensación de hastío. «Apatía» podría ser también un buen término. En esos días casi todo (a veces todo) aparece como un sinsentido. Me vuelvo un fan de Camus: el absurdismo se apodera de mí.

En esos días me siento muy parecido al pobre Sísifo, invirtiendo toda energía en subir una piedra hasta la cima de la montaña, sabiendo que acto seguido volverá a rodar hacia la base, lo cual vuelve el esfuerzo algo ridículo, absurdo.

Hace un par de años observé algo inmensamente útil: esos días oscuros no proceden de ningún evento cotidiano. No son el resultado de algún desencuentro o plan malogrado. No. Son un patrón y como tal, repetitivo. Las cosas pueden andar muy pero muy bien y, de pronto, una mañana caigo en cuenta que, aún y con todo «caminando», la sensación que me acompaña no parece ser particularmente agradable. Sólo sucede.

Pero no se preocupen ni se entristezcan. Les tengo una muy buena noticia: esos días, mes a mes, siempre pasan. De la sensación de querer irme a vivir a una cabaña en la profundidad de algún bosque que nadie -más que yo- haya descubierto, empieza a surgir un nuevo coctel de emociones mucho más agradables: satisfacción, agradecimiento, interés, ilusión, etc. Siempre sucede. Siempre ha sucedido. Es una especie de migración estacional: de la luz a la oscuridad y luego de esta a la luz y de vuelta a la oscuridad y de nuevo a la luz, etc.

Es curioso cómo rechazamos la oscuridad (la propia y la ambiental). Esto quizás procede de nuestros antepasados. La explicación podría ser esta: cuando el homo sapiens no era particularmente ducho en lo de dominar su entorno, rápidamente descubrió que al llegar la noche se volvía una presa fácil. Los depredadores nocturnos esperaban la noche para atacar y casi siempre lograban su cometido. El hombre empezó a temer la oscuridad y luego le inyectó toda una serie de significaciones malignas y metafísicas que poco tienen que ver con la realidad. Debemos recordarlo: somos luz y somos oscuridad. Todos.

Todos tenemos nuestras raíces plantadas en la oscuridad, como bien nos enseñó Carl Jung.

Los que siguen mis escritos saben que considero un verdadero infantilismo perseguir ese estado de total felicidad, de absoluta paz, de imperturbable equilibrio. Eso no va a suceder, nunca ha sucedido y no le sucede a nadie en estos momentos. «La vida es sufrimiento«, como bien enseña el budismo. Lo que debemos es no acostumbrarnos al sufrimiento como «status quo». Nos toca buscar un modo de al menos movernos de un estado al otro. Nadie quiere sufrir, pero desafortunadamente el sufrimiento es parte de la experiencia humana, tanto como la alegría y la ilusión. Y por favor no me vuelvan a ver como si yo fuera el culpable. Las cosas simplemente son así.

En estos tiempos en que los discursos pecan de superficialidad, en que las ofertas de «wellness» resultan ofensivas, en que los motivadores prometen aquello que nunca han alcanzado, debemos aprender a movernos de estados buenos a otros no tanto. Dominar el impulso de dramatizar y, gracias a esto, arrastrar a otros a nuestra propia miseria psíquica.

Alguna vez escuché que solo alguien que haya vivido el sufrimiento podría ayudar a otros. Yo no estoy seguro de eso, pero sí he entendido que tan peligroso resulta intentar ser 100% feliz, como conformarse con pasar la mayor parte de nuestra vida sufriendo.

Hoy vivimos días oscuros, a nivel personal, familiar, social, mundial. Razón de más para emprender un camino hacia la mayor integración posible. Que lo oscuro y lo luminoso convivan. Ya eso es bastante.

Hoy me siento realmente bien, quizás por haberles compartido esto. Hablar de cómo nos sentimos produce bienestar, tal como el Dr. Freud lo viene promoviendo desde hace más de un siglo.

NOTA: quizás no sea necesario, pero por supuesto no estoy hablando de estados críticos como podrían ser la depresión, la ansiedad o la melancolía. No todo se resuelve esperando a que pase y se vería realmente ridículo que un terapeuta piense eso. Esto fue solo una confesión personal de alguien que cree que debemos humanizar -y por ende, dejar de idealizar- nuestra existencia. HumanizarNOS.

Allan Fernández, Máster en Psicoanálisis / Si querés sostener una consulta individual para profundizar en esto, podés contactarme a través de este enlace. También podes seguirme a través de FacebookInstagram y/o visitar mi página profesional .

Fotografía propiedad del artista Ben Wicks @ Unsplash