Tiempo de lectura estimado: 14 minuto(s)
Este cuadro de El Bosco siempre me ha impactado. Lleva por nombre «Extracción de la Piedra de la Locura». Perdí la cuenta de la cantidad de veces que he utilizado esta imagen para acompañar charlas, artículos y publicaciones en redes sociales.
He leído algunas posibles interpretaciones, algunas muy sugerentes, otras demasiado arriesgadas. La escena nos remite al acto de la trepanación, técnica médica según la cual, al producir un orificio en el cráneo, se estarían liberando ciertos humores que afectan el comportamiento del pa(de)ciente. Resulta interesante mencionar que dicha práctica se encuentra, no solo en diversos momentos de la historia, sino en culturas no conectadas entre sí. El hombre siempre ha sabido que algunos de nuestros malestares proceden del cerebro…
En tanto profesional en psicología, he venido construyendo mi propia definición de salud mental. Y es que pensarla como ausencia de enfermedad siempre me ha parecido simplista, vaga, conformista. Aquí se nota la influencia que el psicoanálisis produjo, tanto en mis años de estudiante de psicología, así como en mis primeras temporadas como psicoterapeuta. A algunos les fascina el ejercicio de andar catalogando enfermedades mentales. Yo prefiero acompañar personas deseosas de evolucionar integralmente.
Freud sostenía que en nuestro interior cargamos con una molesta voz que nunca se complace con nuestros actos. Es una especie de insatisfecho íntimo. No importa cuánto nos esforcemos, esa instancia (llamada «super-yo» por el doctor) siempre nos recordará que podíamos hacer las cosas mejor. Es un mecanismo censurador. Un juez que siempre nos encuentra culpables. Las personas perfeccionistas (a las cuales debemos tratar con compasión, ya que ellas no se tratan de este modo), cuentan con un Super-yo amplificado, que pasa constantemente gritándoles al oído. Ponerle demasiada atención solo producirá ruido mental. La culpa, que tanto nos enferma, encuentra en el Super-yo su morada predilecta.
«La vida es sufrimiento«, enseña el budismo. Vivir genera sufrimiento, pensar en la muerte también lo genera. Lo que hoy nos acompaña un día desaparecerá y eso nos producirá sufrimiento. Reconocer que no alcanzaremos todo lo que deseamos también nos llevará a ese estado emocional. Como podrán ver, perseguir un grado suficiente de salud mental no parece algo fácil. Muy por el contrario: es una tarea titánica y diaria.
Hoy en día todo parece indicar que no podríamos estar peor, social y psíquicamente. Tal parece como si los medios de comunicación albergan el mórbido deseo de aturdirnos, de enfermarnos, de convertirnos en seres derrotados. Sin embargo yo no pienso de este modo. Todos los días, si ponemos atención, encontraremos suficientes razones para continuar buscando mayores niveles de bienestar. Todos queremos ser felices, pero nadie ha logrado ser feliz todo el tiempo. Debemos aceptar que existirán temporadas completas en las que la felicidad no se hará presente (ya las hemos vivido). De este sufrimiento aparentemente ineludible del que habla el budismo, tendremos que aprender a no buscar modos de acrecentarlo. Muchas veces nos tratamos peor que el mas desolador destino. Podemos fácilmente convertirnos en nuestro peor enemigo…
Entonces, luego de este oscuro paseo por los recovecos del pensamiento freudiano y el budismo, puedo, ahora sí, compartirles mi definición personal de salud mental. Alguien mentalmente saludable es aquel que aprende a tratarse a sí mismo de un modo más humano. Esta persona en la que estoy pensando sabe que exigirse metas imposibles no es más que un boleto seguro hacia la frustración. No puede ser perfeccionista, ya que entendió que depende de otros para alcanzar sus objetivos y estos otros muy probablemente no estén tan interesados en perseguir el neurótico estado del perfeccionismo. Asume su lado oscuro (su «sombra» como la llamaba Carl Jung) e intenta no ser dominado por ese sector de su psique. No pretende extirpar dicha parte, ya que sabe que es imposible. Al rincón de nuestra mente que aún se encuentra cubierto de oscuridad nos corresponde, si nos tomamos las cosas en serio, llevar la luz del conocimiento. Somos ambos estados, luz y sombra.
La locura, la verdadera locura, para mí, consiste en no aceptar quiénes realmente somos. Hacernos pasar por otros es la señal inequívoca de la falta de salud mental (sobran los ejemplos en redes sociales).
La salud mental no aspira al equilibrio total, al balance a toda costa. Eso es materialmente imposible… una fantasía neurótica, en el mejor de los casos. Intenta, día a día, con los recursos con los que cuenta, mantener la calma, sin juzgarse sádicamente ni justificar sus malas decisiones. Se reconoce como responsable único de su existencia y eso, aún y cuando pesado, paradójicamente le produce un sentimiento de liviandad. Deja de buscar fuerzas metafísicas y destierra de una vez por todas cualquier discurso que hable de determinismos existenciales. Sabe que la suerte y la sincronía existen y por ende también los accidentes.
En síntesis: reconoce su humanidad, se reconoce como humano y por ende afecto a la finitud. Tiene tantas ganas de vivir que no tiene mucho tiempo para pensar en el más allá de la muerte. Se vuelve un ciudadano del presente. Vuelve a ver hacia atrás para recordar lo que no debe olvidarse y mira hacia adelante confiado en que todo puede cambiar… y es que, si hacemos caso del budismo, todo va a cambiar, irremediablemente. Algunas veces a nuestro favor, algunas en nuestra contra.
Para mí el cuadro de El Bosco es una metáfora. Debemos abrir(nos). Debemos explorar(nos). Debemos extirpar(nos) toda locura, todo perfeccionismo, todo impulso de auto-juzgamiento. Quizás duela, pero nuestra salud mental está en juego, lo cual me parece suficiente razón para intentarlo.
Y del fraile y la monja que aparecen en el cuadro… bueno, ya ustedes saben lo que opino.
Allan Fernández, Psicólogo Clínico y Orientador Filosófico / Podés seguirme a través de Facebook y/o acompañarnos en la comunidad virtual Dimensión Psiconáutica