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«La filosofía«, llegó a asegurar contundentemente Deleuze, «sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es filosofía«. De ser así, y aunque su funcionalidad no se agote solo en entristecer o contrariar, debemos entonces observar -con recelo- toda propuesta que busque lo opuesto, a saber: hacernos creer que todo está bien, que todo es bonito, que todos somos felices, que no es necesario cambiar…
«¿Y por qué tan cáustico?«, me interpelarán algunos a la distancia. Pues bien, quise iniciar así para apartar algo que me resulta sospechoso cuando algunas personas desean compartir su reflexión sobre The Joker: les pareció muy fea, muy oscura, muy violenta. De mis épocas de estudiante de filosofía del arte recuerdo algo que me marcó hasta el día de hoy: el arte, El Arte, busca mover los cimientos. Es un movimiento subversivo. Amplifica, exagera, ya que desea generar una reacción. El arte condescendiente, el que se limita a edulcorar la realidad, más que arte termina siendo un analgésico, un biombo, un distractor. El arte nos explica la realidad… no busca ocultarla. Es por esto que tiendo a pensar que esta molestia de algunas personas podría proceder de dos fuentes, a saber:
- Cuentan con sistemas represivos tan pero tan eficientes, que no se pudieron permitir conectar emocionalmente con la trama, y/o
- Habitan espacios tan ilusorios, y por ende alejados de la realidad, que no pueden comprender cómo se siente no contar siquiera con un grado mínimo de esperanza. No saben -y no los culpo por esto- lo que el desamparo social puede producir en un ser humano (aclaro que no ofrezco estas explicaciones a modo de diagnóstico, son simples hipótesis).
Aclarado lo anterior, intentaré, ahora sí, detenerme en tres aspectos de la película que me interpelaron, a saber: la risa como enfermedad, la máscara de payaso y la negación de las enfermedades mentales.
The Joker es un espejo, así de sencillo. Si usted la observó y no se vio en ningún momento, en ningún personaje, en ninguna escena, es muy probable que provenga de otra galaxia y no se lo hayan comunicado. La película es, en realidad, un relato humano. Uno desgarrador, molesto incluso, pero humano al fin y al cabo. Para alguien no muy entusiasta de las historias de héroes y villanos, lo que esta película me produjo no me sucede con frecuencia. Me permitió sentirme allí a cada rato. Quizás no la entendí, pero me ayudó a entender… me.
La risa de Arthur, la cual nos remite a un síndrome médico real (síndrome pseudobulbar, cotidianamente conocido como incontinencia afectiva), yo lo tomo como una metáfora, una licencia artística, magistralmente plasmada. Aún y cuando la irrupción de su risa, más que una reacción emocional natural termina siendo una especie de compulsión, puedo aventurarme aquí a proponer que el sistema actual, patologizante como pocos, nos obliga justo a eso: ESTAR SIEMPRE PRESENTABLES PARA LA FOTOGRAFÍA. Nadie quiere estar con alguien taciturno, depresivo, melancólico. No es hip, no es #trendy, no está «in». Tenés que sonreír, mostrarte bien en todo momento, alegre, despreocupado. Poco importa si tu interior dicta justo lo opuesto. Sostenéte en tu rol, actuá, tenés que fingir. Poco importa cómo te sintás: TE ORDENO SONREIR!!! Es un imperativo, al fin y al cabo, uno muy perverso: si vas a mostrarte, mostráte siempre sonriente. Todo lo que no «combine» con el atuendo de la felicidad exacerbada y por ende artificial, dejátelo adentro. A nadie le interesa. La entronización de eso que ahora mercadean como pensamiento positivo y su versión -aún más- light, los mensajes de auto-afirmación, en su intento de fortalecer uno solo de los aspectos de la paleta de emociones humanas -lo relativo a lo agradable-, terminan produciendo mucho mayor desequilibrio. Todo en la naturaleza cuenta con dos lados: luz y sombra, felicidad y tristeza, esperanza y desolación. Poner siempre una carita feliz no es más que negar nuestra condición humana. Alguien en este momento me pregunta: «¿y está mal entonces intentar sonreír ante las adversidades?«. Esa no es la pregunta, al menos para mí. No se trata de si está bien o está mal. Es que no es normal adoptar una actitud tan circense. Es negar la realidad. Es perder contacto con aquello que nos sucede. Es huir, es refugiarse en lo ilusorio. Es actuar como una persona mentalmente inestable… es la locura.
Aunado a lo anterior, encuentro en la máscara que utilizan las personas que se sublevan -contra las élites de poder- otra contundente y muy pertinente metáfora. Fíjense en las publicaciones en redes sociales, las de sus «amigos». Mucho selfie, mucho filtro, mucho ángulo rebuscado: «todos somos payasos». Las estrellas de la farándula nos quieren hacer creer que salir sin maquillaje nos permite observarlas tal cual son realmente. Nos dejan ingresar a su intimidad, intentando convencernos que ahora sí las conocemos a profundidad. Lo que no todo el mundo sabe es que esa fotografía en Instagram proviene de un set en el que se cuidó hasta el más mínimo detalle, lo cual niega de plano lo que prometía darnos, a saber, una verdadera mirada a su cotidianidad. Pero no, su fama requiere que no puedan salirse nunca de su rol -algunos han tomado decisiones tremendamente dramáticas y mortíferas para escapar de toda esa vorágine y esa superficialidad-. Son parte de un escenario, aún cuando no estén filmando. Son un objeto estéticamente cuidado. Son parte de un show, de un acto, de una rutina. ¿O creen ustedes que los altos índices de depresión, drogadicción y conductas auto-destructivas en todos esos llamados «influencers» son producto de la exposición a la luz solar?.
En el reportaje televisivo en el que participé (el cual pueden acceder a través de este enlace: The Joker, ¿qué dice la película acerca de nosotros?), quise dejar sentada una reflexión, según mi opinión, urgente: las enfermedades mentales no son leyendas urbanas. Gotham City no existe, la depresión sí. Negar el claro aumento en dichas presentaciones patológicas (llámese ideaciones suicidas, conductas auto-lesionantes, ansiedad, insomnio, etc.) no las hará desaparecer. Muy por el contrario. Estamos llamados, no solo los profesionales en salud mental, a tomarnos en serio el nivel actual de estrés y agresividad social. Ni la depresión es falta de Dios, ni las crisis de ansiedad se resuelven pensando en lo dichosos que somos. Se requiere de intervenciones clínicas, producto de protocolos científicamente diseñados. Sí, la gente mentalmente inestable aumenta día con día. Hasta que no encontremos como revertir dicha tendencia, tendremos que poner mucha más atención. Ponerles mucha más atención a las personas que nos rodean. Poner(nos) mucha más atención. No necesitamos provenir de una historia tan pesada como la de Arthur Fleck para sufrir de un desequilibrio, sea este causado por factores fisiológicos y/o ambientales. Algunas familias, algunas relaciones, algunos ambientes de trabajo, son tan oscuros como el apartamento que habitan Arthur y su madre.
La imagen de Arthur Fleck es despiadada. Es el retrato de alguien que, a falta de estímulos reales, tuvo que construir un universo paralelo en su interior. Arthur es alguien para el que el sistema no cuenta con un espacio. Es un marginal, es un desterrado. Es un humano, no lo olviden. Sería cómodo tratarlo como a un animal, un despiadado, un insensible (según los conocedores, los «guasones» anteriores sí parecen psicópatas o perversos, los cuales solo buscan causar daño por el daño mismo). La historia de Fleck es diferente. Arthur es, no solo la representación de nuestro lado oscuro, sino un recordatorio de todos esos momentos en que hemos sentido que no hay solución a aquello a lo que nos enfrentamos. Arthur es un niño bulleado, rodeado de bullies. Arthur es un hombre que habita en un universo de monstruos, de gente que lo ignora, que no le da valor a su existencia, que no ponen suficiente atención a su dolor interno. Su risa es un llamado de auxilio, una señal que busca ser decodificada, un último intento por crear algún lazo social. Alguien que sólo cuenta con un solo compañero: el cigarrillo.
Los que siguen mi trabajo saben que no pretendo justificar las acciones que este personaje ejecuta al final de la película. Desconfío de todo aquel que ve en el ser humano simples relaciones causalísticas (niño agredido = asesino despiadado). The Joker es un instrumento para pensar, para internarnos en nuestro interior, para acercarnos a todas esas mociones dañinas que buscan salir a la luz. Esta película es un pre-texto para tomar conciencia. Es un medio, no un fin en sí mismo. Y es por esto que la considero valiosísima, tanto filosófica como artísticamente hablando. La película nos interpela, nos contraría, nos entristece… como la filosofía, según Deleuze.
¿Y el título? Una referencia directa a Nietzsche y uno de sus textos más confrontativos. Arthur es tan humano como usted o como yo. La diferencia entre sus acciones y las suyas y las mías quizás solo se diferencian en los contextos en los que este personaje ficticio (no tanto, en realidad), usted y yo nos encontramos. ¿Quién sabe que haríamos si sintiéramos que no hay nadie allá afuera interesado por nosotros? Es que somos humanos, demasiado humanos, al fin y al cabo. Todos andamos buscando lo mismo: trascender, sin por esto negar nuestra humanidad. Seamos más humanos entonces, hacia nosotros y luego hacia los otros y les aseguro que la paleta de colores de nuestra realidad se moverá hacia tonalidades no tan sombrías. Pero eso, en momentos como este, es una verdadera locura. Implica quitarnos la máscara, dejar de actuar, acercarnos, conversar, permitir la experiencia del contacto humano. Aceptar nuestras diferencias. Reír si es lo apropiado… y si no, no.
Aquel niño que aprendió a poner siempre una cara feliz terminó mudándose a otra realidad, producto de un mecanismo de defensa. Este sistema nos quiere asustados, ansiosos, enfermos. Nos quiere sonriendo aunque detrás de la careta no tengamos por qué reír. Esta sociedad está diseñada para producir Arthur Fleck´s en masa (¿o no han observado las noticias?). Rebelémonos entonces!!! Aceptemos ser humanos, demasiado humanos. Seamos honestos, brutalmente honestos. Dejemos de actuar un rol para que otros se entretengan con nuestra triste interpretación. Reconozcamos nuestro ser, tanto el aspecto lumínico como el oscuro. Llevemos luz al lado oscuro. La luz del conocimiento, la introspección, la humanidad, la compasión. No es fácil, lo sé bien, pero solo así seremos parte de la revolución. Y es que la revolución, o será interna, o no será.
Allan Fernández, Psicólogo Clínico y Orientador Filosófico / Podés seguirme a través de Facebook o sumarte a nuestra conversación en Dimensión Psiconáutica.
Excelente análisis de la película.
«Es un medio»
Para reaccionar ante tal atropello social y reconecer las debilidades humanas.
Definitivamente una peli que nos describe a nosotros mismos y a l la sociedad.
Sin duda algunas. Saludos a ambas.