La ansiedad o la duda de ser

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Entre las ideas altamente sugerentes -y útiles- que aún conservo del psicoanálisis, existe una que considero nos puede ayudar a comprender el por qué del estado de ansiedad imperante en estos días. Tiene que ver con la imagen… nuestra imagen. Según la escuela francesa, el ser humano nace sin saber quién es. De hecho ni siquiera sabrá qué es, en sus primeras semanas de vida. Será ese encuentro con la mirada -en sentido literal pero sobre todo metafórico- de alguien que desee ayudarnos a «ser», la puerta por la que ingresamos al mundo de la cultura. Si quieren pueden llamarle proceso de socialización. Iniciamos nuestro proceso de humanización.

Con el cuerpo de aquel pequeño ser vivo sucede algo muy interesante. Su cuerpo, al inicio, no es vivido como propio. Si se han fijado en un bebé pequeño, jugando a mover los deditos de su mano, se habrán dado cuenta que puede pasar mucho tiempo maravillado al ver sus dedos moverse. Según el psicoanálisis, ese niñito aún no sabe que es él (o ella) quién está accionando la orden mental que permite que sus dedos se muevan. Ese niño no ha notado aún que esos dedos son de él. Yo siempre lo he pensado así: es como si nuestro cuerpo nos lo hayan enviado en una caja, como un rompecabezas. Dicho artefacto tendremos que ir armándolo poco a poco, con ayuda de algún otro primordial -por lo general, la madre-.

Yo obviamente no recuerdo ese momento de mi vida. Sucedió hace casi 50 años. Ustedes tampoco, aunque sean mucho más jóvenes. Según el marco teórico que venimos utilizando, toda esa temporada de ensamble queda relegada a algún escondrijo de nuestra mente, vía represión. Sin embargo, encontramos adultos que parece no logran reconocer su cuerpo. En casos extremos de psicosis, donde incluso alguien puede sentir que los movimientos de alguna parte de su cuerpo no responden a sus mandatos mentales, hasta casos en los que sabemos de personas que han llegado a auto-amputarse, relatando su radical solución como única vía de escape, ante una parte del cuerpo que amenazaba con dañarlos. Obviamente son casos extremos, pero existen (basta que en su buscador digiten «psicosis» seguido de «automutilación» y encontrarán cientos de referencias -cuidado, podrán enfrentarse a información difícil de digerir-).

Con los transtornos alimentarios sucede algo similar (no tan dramático, claro está). Tanto la anorexia como la bulimia generan distorsiones de autopercepción. Esto quiere decir que la persona que padece de dichas patologías realmente ve un cuerpo que nosotros no alcanzamos a ver. Sería un error pensar que estas personas están llamando la atención, al manifestar la gordura que les aqueja, aún y cuando nosotros podamos observar todo lo contrario. El anoréxico y la bulímica, al verse en el espejo, ven a alguien más. Su mente es la que les impide observarse tal cual son. Sufren la impactante sorpresa de ver a alguien que no sienten ser. Causas de esto pueden ser varias. Quizás en otro momento me dedique a ellas…

Piensen por un momento en la última publicación realizada en alguna de sus redes sociales. ¿Qué perseguían al publicar? «Nada», pensará alguien. Honestamente no lo creo. Buscamos que alguien nos demuestre que está al otro lado de la pantalla. Alguien que además «ve» lo que hacemos y al verlo, nos ve, nos reconoce. Es como si la comprobación de que existo requiere que algún otro me asegure que estoy aquí. Soy el que publica. Soy.

Encuentro una relación -no sé si causal, para no extralimitarme en mi especulación- entre la aparición de las redes sociales y los ataques de ansiedad. Siento que algunas personas no terminan de asumir-se, ya que requieren de la validación externa de modo constante. Dudan de su ser. No están seguras si existe alguien por allí a quién le importe lo que les suceda. Gracias a las redes sociales, mitigan esa duda existencial. Siempre y cuando logren que algún otro les confirme que son para alguien, se sentirán. Serán. Basta que no reciban esa retroalimentación y son llevadas, de golpe, a aquellos primeros momentos de la existencia, en que no sabíamos quién -qué- éramos. Menos aún si le importábamos a alguien. La red social se volvió un espejo similar al que utilizan las anoréxicas y los bulímicos. Lo que ven allí se encuentra difuso y algunas veces monstruoso. Es por eso que encontramos el esfuerzo tan grande que algunas personas llevan a cabo para ser «vistas». Es que, en nuestros primeros días de vida, si alguien no nos hubiera «visto», nos habríamos desintegrado. ¿Recuerdan el espejito de la reina malvada, el que un día le confirmó que no era la más bella? Es algo así.

El tema es complejo. Esta es una primera aproximación. Pretende ser, más que una denuncia y/o una teoría conspiratoria, una humilde herramienta para pensar, para auto-conocerse. Para re-armarse. Para aprender a ser. Para verse del modo apropiado.

Allan Fernández, Orientador filosófico, investigador y terapeuta / Podés seguirme a través de InstagramFacebook , suscribirte a “Rumiaciones“ (mi boletín quincenal) y/o visitar mi página profesional.

4 comentarios

  1. Ana Rosa Viquez

    Excelente tu articulo!! Siempre he pensado que muchas personas encuentran solucion a su baja autoestima, siendo reconocidos a traves de face, wassapp!! Necesitan q les levanten la autoestima a traves de los likes y los comentarios a sus publicaciones!! Un abrazo

    • Allan

      Creo que es más profundo que un asunto de baja autoestima. Es algo más sociológico que psicológico. Sin embargo, la psicología bien podría aportar algunas pistas valiosas. Gracias por el comentario Ana.

  2. Aragon Blanco

    Interesante! Yo lo veía más asociado al culto a la imagen y la sociedad de la inmediatez, hay varios teóricos que hablan al respecto. La relación con la ansiedad me parece marginal, pero tiene muchísimo sentido!

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