La esperanza no es el antídoto contra el miedo

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Hace unos días alguien, viéndose envuelta en un remolino de emociones me interpeló: «¿es malo tener un poco de esperanza?«. Mi respuesta apareció casi de modo automático: «es totalmente normal«. Lo que pensé luego de contestar es lo que me empuja a escribir esto.

Todos aquellos que suelen frecuentar mis escritos conocen de mi admiración por el pensamiento de Friedrich Nietzsche. Es probable que ningún filósofo me haya impresionado tanto y, sin dudarlo, puedo confesar que ninguno ha convivido tanto en mí (Nietzsche es anterior incluso a Freud en mi historia). ¿Mi texto favorito suyo? «Humano demasiado humano«. No necesito pensarlo dos segundos. Durante años, más que libro, brújula.

En alguna parte de dicho libro el pensador europeo nos ataca con la siguiente reflexión: «la esperanza es el peor de los males pues prolonga el sufrimiento humano«. Sobre esta frase estoy seguro que encontraremos textos completos, tesis, críticas, charlas, cursos, conferencias, camisetas, calcomanías de bumper y hasta memes. Pero, ¿sabemos exactamente qué significa?

Quizás no sea necesario, pero mejor aclaro que no podría jurar qué quiso decir Nietzsche. Yo no estaba ahí. Además, interpretar no es alcanzar la certeza. Podemos tomar en consideración el momento histórico en que fue escrito este texto y, según sus más aplicados biógrafos, hipotetizar qué podría haber llevado al pensador a escribir un libro tan oscuro, tan pesimista -no es necesariamente mi opinión-. Este texto, entre otras cosas, intenta denunciar un cierto romanticismo -de pensamiento-, según Nietzsche, nefasto. La filosofía nace para poner en tensión, para probar los cimientos sobre los que se sostiene el humano. El filósofo es un destructor, en el sentido de no conformarse con lo ya planteado. Más o menos un siglo después, el pensador francés Gilles Deleuze asegurará que la filosofía no sirve ni al Estado ni a la iglesia, sino para contrariar y denunciar.

El humano, entonces, según Nietzsche, debe despertar del sueño que los discursos románticos ofrecían. La vía: dejar de perseguir lo sobrenatural y conectar con lo humano, siendo que esta dimensión es de algún modo lo que nos une con lo animal, con lo instintual, con lo vital. Para Nietzsche, no tanto en este texto como en otros posteriores, el ser humano es un animal enfermo, uno que perdió lo que lo hacía fuerte: su voluntad de poder. Domesticarnos nos quitó empuje. Enfermos somos más fáciles de controlar, nos volvemos más inocentes -no en tanto virtud-, más débiles. El humano, entonces, debe volver a sus raíces, celebrar su humanidad, siempre y cuando esta implique emanciparse de todo discurso enfermizo y enfermante (religión, morales represivas, idealismos, etc.).

Pues bien, la esperanza, en este momento de la producción intelectual de Nietzsche, debe ser entendida como señal de debilidad. Gracias a la esperanza somos controlados. La promesa de un mañana mejor nos impide observar nuestro estado actual. La esperanza vendría a ser un muy cruel analgésico, o, más bien, una especie de droga, capaz de ayudarnos a evitar la realidad. Espero puedan observar -es mi opinión- el ataque (velado quizás) al judeocristianismo, con su promesa de la vida eterna (Nietzsche no era amigo de los sistemas religiosos, aún y cuando en algún momento compartió un par de opiniones favorables hacia el budismo).

La esperanza, para Nietzsche, sería una herencia de viejos sistemas, hoy inútiles. Su capacidad de minar nuestra energía vital nos debería motivar a evitarla sin más. Aquel que se liberó de todo tipo de ataduras socio-político-religiosas, el que logró emanciparse, no requiere de la esperanza. Es que, al volverse un agente de su historia, prescinde de la necesidad de la promesa. Ya no espera. Logró algo mejor. Ahora vive. Ahora siente lo que corresponde. Ahora piensa, no lo que debe pensar, sino lo que considera oportuno. Se volvió su propio maestro. Se re-creó a sí mismo. Conectó con su verdadera naturaleza.

Entonces, aún y cuando irremediablemente requerimos de la esperanza, en el sentido de proyectar-nos en el mañana, considero muy peligroso dejar que sea el futuro -y las fuerzas que supuestamente gobiernan el universo- lo que le dé sentido al presente. Quiero decir que la esperanza, en tanto posibilidad, podría llegar -o no- a concretarse. Empeñar nuestra plenitud en el mañana me parece una apuesta harto arriesgada. Quizás es por esto que tantos temen en estos momentos: no les enseñaron a estar en el presente. Vuelven a ver el pasado y se asustan. Vuelven a «ver» -lo cual es una ficción- el futuro y se angustian. Su vida es vertiginosa… y no en el sentido emocionante.

La esperanza no es el antídoto contra el miedo… es la acción. En la medida que nos movemos creamos posibles soluciones. Paralizados por el miedo somos presa fácil.

Allan Fernández, Máster en Psicoanálisis / Si querés sostener una consulta individual para profundizar en esto, podés contactarme a través de este enlace. También podes seguirme a través de FacebookInstagram y/o visitar mi página profesional .

10 comentarios

  1. Paula Castillo

    La esperanza cuando dependa de una misma, todo bien; pero cuando se trata de decisiones que deban tomar otras personas, no es buena compañía, cada quien en libertad es responsable de sus propias decisiones, por tanto la actitud que se desea tener frente a una situación es meramente personal. Nada como ser realistas y poner manos a la obra, dignificarse con sentido de logro.

  2. Ana Isabel Mattey F

    Para mí la fe, el hoy se vive y se lucha, el mañana no sabemos si llegará, más sin afán y con nuestras luchas vivir ,el día que Dios nos da , de la mejor manera, pues cada uno de los días trae su propio afán, más siempre con proyectos y espero lo que nos va regalar el mañana ¡ Fe la esperanza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve¡ Gracias como siempre.

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