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La REALIDAD ha sido motivo de acalorados debates, probablemente, desde el inicio de los tiempos. Según filósofos, científicos y místicos, ese momento en el que podemos decir » esto es real «, » esta es mi realidad «debe ser tomado con mucho cuidado. Quizás, lo real no lo sea tanto. El ser humano siempre ha deseado saber si aquello que nos rodea está allí o es solo una fabricación propia. La famosa película Matrix (1999) le enseñaba a la masa algo que muchos sabios habían intuido desde tiempos inmemoriales: aquello que captan nuestros sentidos no es necesariamente real.
Excluyendo a los masoquistas, que sí existen -no son una leyenda urbana-, estoy convencido que nadie quiere sufrir. No nos gusta, es incómodo, nos desconcentra. Todos deseamos vivir tranquilos, en paz, relajados. Sin embargo no es tan fácil encontrar gente que haya logrado este estado y que además lo pueda sostener. Todos hemos sido felices ratillos, pero vivir plenamente felices es algo reservado para muy pocos.
Freud, siempre dispuesto a compartir su oscura -algunos dirían «realista»- visión de la realidad, nos recordaba, allá por 1929, que el malestar humano surgía de 3 fuentes, a saber: el reconocer nuestra finitud, lo desvalidos que estamos respecto a las fuerzas de la naturaleza y, lo complicado de estar rodeado de otros humanos. Nada que hacer. Para Freud, el malestar es parte del combo. La cultura, el entorno en el que nos desenvolvemos, siempre va a generar en nosotros malestar. No parecía haber escapatoria.
Piensen por un momento en el estado mental que andaríamos si una voz interna y constante nos recordara lo siguiente: te vas a morir algún día, sos más débil que la naturaleza (los temblores nos lo recuerdan con frecuencia) y tendrás que estar rodeado de seres que también se van a morir, que también experimentan malestar, que también sufren por tu presencia… Nos volveríamos locos. ¿Cómo hacemos entonces para no caer en los brazos de la demencia? ¿A qué estrategia recurrimos para «olvidarnos» de todo eso que Freud nos recuerda?
Nuestra mente es un sistema altamente sofisticado, el más sofisticado quizás. Dijo alguna vez algún pensador que continuamos intentando conocer los límites del universo y ni siquiera estamos cerca de conocer los límites de nuestra mente. La mente, objeto resbaloso y metafísico, puede vislumbrase, al menos, desde 2 ángulos: el físico y el espiritual. En términos físicos no nos queda más que estudiar el órgano que -pensamos- podría ser el generador de lo mental: el cerebro. Espiritualmente, la mente es algo a experimentar, a vivir.
Dejando el fascinante campo de la ciencia, me gustaría mencionar algo que se que todos saben: los seres humanos contamos con la capacidad de escapar de la realidad. Freud le llamaba a esto ensoñación diaria. ¿Les ha pasado? Están en una actividad aburridísima y, de pronto, su mente empieza a vagar. Imaginan el momento en que dicha actividad finalizará. Piensan en todo lo que harán tan pronto puedan escapar de este aburrido lapso. A algunos, la mente no se les va hacia el futuro. Se les va hacia el pasado. Pareciera que a nuestra mente le gusta huir del presente.
Ya en términos más psicológicos, contamos con otra capacidad: la de negar la realidad. Tenemos la capacidad de editar lo que nos sucede. ¿Por qué creen ustedes que, hablando de una misma escena, podemos entender cosas tan disímiles? Fácil. Tiene que ver justo con la capacidad de negar la realidad. El mecanismo de negación de la realidad nos previene de enfrentarnos a ella crudamente. Es una especie de filtro, el cual nos permite tolerar situaciones, de otro modo, avasalladoras. Para algunos, la fe es una especie de negación de la realidad. Si alguien me enseña que, no importa qué tan mal me vaya en la vida, al final recibiré una serie de premios y recompensas, dicha promesa me permitirá albergar alguna esperanza. La realidad -mis sentidos- me dice que la cosa no va bien. La fe, negando la realidad, me recuerda que lo bueno nos lo guardaron para el final. Ustedes me preguntarán: ¿y eso es malo? No lo sé. Hoy estoy escribiendo sobre la realidad, no sobre el bien y el mal. La intuición, concepto aparejado al de la realidad, también ha alimentado sendas discusiones y pleitos filosófico-científicos. Si nos vamos al origen de la palabra -etimología-, el término remite a un observar directamente, sin elementos que distraigan. Intuir es ver, sin agregar ni editar.
Nuestro cerebro no conoce límites, nuestra potencialidad es ilimitada. Todo lo concerniente al campo de lo cerebral -dentro del que debemos incluir la intuición, la inteligencia, la memoria, la concentración, la capacidad de amar y ser felices- está allí esperando a ser desarrollado. Ya viene siendo hora de que, sin miedo, con valentía, reconstruyamos nuestra realidad. La que deseamos. La que merecemos.
Allan Fernández, psicólogo clínico / Facebook
Buen artículo. Soy, yo soy, innegable afirmación. Incluso cuando duermo sin sueños tambien yo soy, porque si digo que no soy mientras he dormido profundamente cabe preguntar entonces ¿Quién estuvo ahí para presenciar y afirmar mi no eseidad?
El núcleo de mi mente, Yo, es darme cuenta de mi existencia, o sea, materia consciente de sí misma. El milagro reside, a mi parecer, en ser consciente de mi mismo. Dicen que mi vida está marcada por un principio y fin, dicen que nací mas de esto no hay recuerdo, dicen que moriré y supongo que cuando me visite la muerte no podré ser testigo de ello, de manera que los mayores eventos en los cuales se encierra mi existencia son por mi desconocidos. Quizá alguien me este soñando, o quiza esté en otra parte y me hayan inducido en esta vida cual sueño. Pero solo sé que soy.
Que profunda intervención Mauricio. En este caso, evidentemente, lo mejor de mi publicación quedó para el final, gracias a tu aporte. Gracias.