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«Desde el inicio de los tiempos«, he escuchado en varios documentales, «el hombre ha sentido la necesidad de creer«. A mí personalmente no me convence semejante contundencia. Es por lo anterior que deseo compartir esto que encontré.
Primero, permítame hacerle una pregunta, sobre todo si se considera usted creyente: su sistema de creencias, ¿apareció de modo innato o le fue instalado?
A la ciencia -y a la filosofía- le ha interesado esclarecer hasta qué punto la necesidad en creer podría considerarse un rasgo innato. Preliminarmente creo que no asombro a nadie si planteo que dicha capacidad suele endosarse únicamente al ser humano. El hombre y la mujer son, de entre todo el reino animal, los únicos capaces de lidiar con uno de los problemas filosóficos más añejos de la historia humana: ¿de dónde provenimos?.
Un equipo de investigadores de la prestigiosa escuela de Oxford llevó a cabo un experimento tremendamente interesante. Movilizándose a España, condujeron una serie de pruebas neuropsicológicas con creyentes, los cuales en esos momentos recorrían el famoso «Camino de Compostela». Dicho peregrinaje toma aproximadamente un mes de caminata (me parece que todos estaremos de acuerdo si planteamos que para caminar 30 días seguidos, la motivación tendría que verse alimentada por algo particular y muy poderoso).
Este equipo de investigadores deseaba demostrar si una persona, haciendo despliegue de semejante acto de devoción, poseía un cerebro funcionalmente diferente al de alguien que no se sometería a dicho acto de fe. Los resultados de esta investigación no parecen secundar la tesis que plantea que el creyente suspende sus capacidades cognitivas a la hora de depositar su fe en cualesquiera idea sobrenatural. En pocas palabras: el cerebro del creyente puede pensar y creer al mismo tiempo. No son procesos excluyentes entre sí. Sin embargo, no solo eso comprobaron…
El Dr. Farias, uno de los directores de la investigación, plantea algo que llamó mi atención. A un nivel preliminar podríamos pensar que la fe es algo aprendido, producto del entorno en el que cada ser humano se ha desarrollado. No se cuenta con información contundente como para asegurar que la religiosidad, en un sentido místico, proceda de una especie de sistema operativo original, el cual nos «empujaría» a tener que creer en algo, como muchas personas sostienen. La (neuro)ciencia no lo niega, pero tampoco lo secunda. Lo único que se puede proponer -piensa Farias- es que la religiosidad, a diferencia del lenguaje, no es algo que necesitemos (entendiendo «necesidad» en tanto algo vital). Lo aprenderemos sí y solo sí nos enfrentan a dicha cosmovisión de modo frecuente. Es muy probable, entonces, que si usted hubiera nacido en un hogar en el que practiquen la religión Wicca (sistema de fe pagano proveniente de los pueblos antiguos ingleses), no tendría ninguna duda en aceptar sus presupuestos.
Que los dogmas no suelan aceptar críticas es algo por todos sabido y es quizás ahí donde debemos poner el acento. ¿Por qué la incesante necesidad del creyente en pensar que su sistema es infalible, poniendo al resto de credos -y a los que no pertenecemos a ninguno- en constante cuestionamiento, o peor aún, descalificando de antemano? Me pongo como ejemplo. El solo hecho de confesar que no soy creyente genera una reacción harto peculiar. Pareciera que no creer está mal para algunos. Extraño sin duda, máxime que el ateísmo o no-teísmo ni siquiera es un sistema «rival». En mi caso no es más que una conclusión lógica. Y no quieren ustedes saber lo que he tenido que recibir cuando afirmo que estoy criando a mi hija en un total escepticismo…
Hace unos días leía que en nuestro país se ha llegado al porcentaje más bajo de creencia en el catolicismo de la historia: 5 de cada 10 costarricenses se reconocen como católicos. ¿Razones? Muchas. La institucionalidad del Vaticano luce, un día sí y otro también, las grandes contradicciones entre lo que predican y lo que llevan a cabo. Muchos podrían proceder de familias en las que lo religioso fue perdiendo importancia. Muchos -me cuento entre ellos-, aún y cuando provenimos de familias tradicionales, simplemente no le encontramos el sentido práctico al acto de «creer». El cristianismo evangélico tampoco parece estar viviendo sus mejores días -económicamente quizás sí-. Y respecto al resto de religiones, honestamente no tengo idea. Es quizás este panorama el que empuja a miles de personas -diariamente- a adoptar posiciones más agnósticas o incluso a abrazar espiritualidades más exóticas (provenientes de Oriente).
No creo que el problema sea enseñar religión. Estoy de acuerdo con el neurocientífico Daniel Dennett, quien plantea que si se le va a enseñar religión a los jóvenes, se deben enseñar varias, para que ellos elijan la más coherente. El problema es no acompañar dicha enseñanza con el suficiente pensamiento crítico.
Allan Fernández, psicólogo clínico / Facebook
Mi hija mayor me comentó un día en una conversación que una de las cosas que más me agradece es que no le impuse ninguna religión y que le di libertad para que ella elija en qué quiere creer. Me parece que es un tema de respeto hacia las demás personas dejarlas creer en lo que les satisface espiritualmente, y sobre todo no intentar convercerlas de algo diferente.
En un mundo en que las cosas tuvieran sentido habrían más mamás como usted Elizabeth. La felicito y muchas gracias por leer y comentar.
Excelente artículo don Allan. Lo que más me llamó la atención fue la pregunta que planteó: «¿Por qué la incesante necesidad del creyente en pensar que su sistema es infalible, poniendo al resto de credos -y a los que no pertenecemos a ninguno- en constante cuestionamiento, o peor aún, descalificando de antemano?» En lo personal pienso que esa necesidad que usted menciona es la terrible consecuencia del adoctrinamiento que los creyentes (los que fuimos y los que aún son) recibimos desde siempre y que muchos aceptaron sin derecho a cuestionar la validez de esa afirmación. Las religiones siempre han prohibido y manipulado la libertad de conciencia y el razonamiento crítico y lógico, y ha tachado ambos ejercicios de pensamiento como «pecados» porque sino se acepta ciegamente lo ordenado por «dios» se está contra él; aún y cuando lo que ordene esté alejado de toda razón lógica. Pero aún peor que lo anterior (en mi opinión), es que las religiones se han apropiado de la moral como si fuera un producto propio de su doctrina, y por lo tanto, quien que no se apegue a esa doctrina o la cuestione, es inmediatamente señalado como una persona inmoral y se ve como un enemigo, un infiel o un pecador. Por eso es tan común que la gente vea a quienes dejamos las creencias religiosas y ya no practicamos ni seguimos ninguna otra, como personas intrínsecamente malas, aún cuando sea más que obvio que una cosa no dependa de la otra. Nuevamente, excelente artículo.
Gracias Jason. Decía alguna vez Hitchens que las personas religiosas y morales probablemente lo eran sin necesidad de ser religiosos. Estoy de acuerdo con él. Si necesitás del temor de un castigo para no hacer algo, es porque en el fondo no tenés la conciencia necesaria para gobernar tus acciones. Saludos afectuosos.