La sombra o el origen de nuestras toxicidades

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Vulgarizar (vulgo: conjunto de personas sin un conocimiento específico sobre algo) el conocimiento psicológico tiene sus riesgos. Es probable que los psicólogos seamos corresponsables de esto. A falta de rigurosidad científica, cualquier persona se arroga el derecho de «usar» un par de conceptos y con esto intentar comprender -¡y hasta diagnosticar!- a los otros.

Hace unos años, 3 o 4, una plaga azotó la ciudad: los intensos y las intensas. Los números eran impresionantes: todos eran intensos para los otros y viceversa. Aparentemente eran la peor elección, si de armar pareja se tratase. Yo les dediqué unas cuantas líneas. A algunas les encantó. Otros me desearon cosas horribles. Pueden leerlo si gustan: ¡¡¡Es que sos demasiado intenso(a)!!! (deseo aclarar algo: ya no estoy tan convencido con lo del «amor propio». Prometo explicar por qué en las próximas semanas).

Los intensos y las intensas, quizás maduraron, quizás se rindieron, quizás cerraron sus cuentas de redes sociales… no lo sé. Pero, de pronto, sin saber muy bien cómo ni de dónde, apareció un nuevo espécimen altamente nocivo: el tóxico y la tóxica. Me atrevería a decir que su capacidad de contagio es aún mayor: un día eran uno o dos. Hoy son miles. Además, esta malfunción de sus sistemas que les impide regular sus emociones no respeta género. Lo tóxico se volvió, al igual que la intensidad, un pseudo-diagnóstico. Sin embargo, yo observaba algo sospechoso: nunca el que relataba su fallido intento de establecer una relación era el o la tóxica. No. Por un macabro jugueteo del azar siempre eran los otros los tóxicos.

Las relaciones tóxicas (ah, sí, olvidé contarles esto: la toxicidad se puede trasladar a la relación amorosa) empezaron a ser el foco de atención de propios y extraños. El tema empezó a monopolizar espacios. Lo tóxico se volvió #trendtopic. Yo escribí algo para tratar de pasar la página. Intenté mover el tema hacia algo un poco más serio y por ende menos sensacionalista. Pueden leerlo si gustan: «Suficiente con las relaciones tóxicas«.

Mucho más interesante que todo lo anterior, al menos para este que escribe, sería preguntarnos de dónde provienen esas intensidades y esas toxicidades. Es que deben provenir de algún lado. Y creo que no exagero si planteo que tendremos que buscar en el apartado de la mente. Me cuesta creer que la intensidad sea producto de un exceso de ejercicios y la toxicidad una deficiencia de betacarotenos. Será mejor recurrir a un ámbito altamente confiable en esto de los recovecos de la mente: la psicología profunda.

Ahí donde Freud veía un inconsciente, una especie de gaveta en la que se guarda todo lo que molesta -todo lo que dolió o dolería-, Carl Jung fue más allá. Para este psiquiatra suizo, en efecto existe un inconsciente personal (el cual guarda mucha relación con el propuesto por su maestro Freud), pero hay más compartimentos. Más gavetas, si quieren verlo así. Y esas gavetas a su vez tienen compartimentos ocultos. Contamos con conexión a un inconsciente colectivo inmemorial, más allá de la especie humana y además, nos toca lidiar con varios aspectos psíquicos. Para no decir cosas que ya dije -quizás someramente-, los invito a leer esta especie de introducción a la ingeniería psíquica junguiana, el cual titulé: «¿Padecés tu soltería? La psicología profunda sabe por qué«.

Jung, conocido como el Mago de Zurich.

La mente, para Jung, es la mezcla de un ego (el cual está formado por miles de «yoes», tema al que tendré que volver próximamente por su inmenso valor práctico), una serie de aspectos femeninos en el hombre (anima) y masculinos en la mujer (animus) y además, un concepto altamente delicado, incluso controversial -el cual forma parte del mencionado inconsciente colectivo-: la sombra.

Aclaremos algo fundamental: en nuestra mente todo se encuentra en pares. De cada aspecto de nuestra personalidad veremos a la par su contraparte. Puesto en términos simplistas: somos luz y somos sombra y, en nuestro interior, cada aspecto lumínico cuenta con su correspondiente versión oscura. Ahora, oscuro no es, en este caso, sinónimo de malvado o diabólico. No, no tiene esa connotación. Es una cuestión de polaridades, eso es todo. Piensen en la electricidad: cuenta con un polo positivo y uno negativo. Sin uno de los dos, no se produce dicha presentación de la energía. Cada uno de nuestros aspectos internos, dependiendo de qué tanta influencia consiga en nosotros, nos llevará hacia la luz o hacia la sombra. Por ejemplo: alguien desea cuidar de otra persona (aspecto lumínico). Y la cuida tanto que entorpece su crecimiento (aspecto oscuro).

Nuestros aspectos en su modo lumínico nos empujan hacia la evolución. En su aspecto de sombra, hacia la detención, incluso hacia el peligro. Pero les pido que tengan esto presente: somos ambos aspectos. No podremos «extirpar», a modo de tejido cancerígeno lo relativo a la sombra. Es que la sombra es parte de nosotros. Quizás, como dijo el mismo Jung en alguna de sus múltiples intervenciones al respecto, «debemos llevar luz al lado oscuro de nuestra psique».

¿Pero qué es exactamente? Leamos directamente al autor del concepto, en dos momentos diferentes de su obra:

«la sombra personifica todo lo que el sujeto no reconoce y lo que, sin embargo, una y otra vez le fuerza, directa o indirectamente… rasgos de carácter… y demás tendencias irreconciliables» (Jung, 1939).

«la sombra es aquella personalidad oculta, reprimida, casi siempre de valor inferior y culpable» (Jung, 1951).

Ya entenderán hacia dónde deseo llevarlos. En nuestro interior, en el mío, en el suyo, en el del hombre más santo que podamos imaginar encontraremos, más o menos presentificado, ese aspecto al que llamamos «la sombra». No hay un homo sapiens sin sombra. No sería un humano. Sería otra cosa. Nuestra sombra es suficientemente poderosa para hacernos actuar de modos que en diferentes condiciones ni siquiera consideraríamos. Es el trabajo con nuestra mente el que nos permitirá, si somos disciplinados y pacientes, integrar nuestra sombra al resto de nuestras potencialidades y rasgos internos. Recuerden. La sombra estuvo ahí. Está ahí. Estará ahí.

Esa toxicidad de la que tanto hoy en día se habla no son más que aspectos de nuestra psique no reconocidos, mucho menos trabajados. De ahí que pareciera que nos controlan. El colega argentino Vicente Rubino lo dice de un modo imposible de superar: «la sombra es la instancia más abismal de la personalidad, es nuestro alter ego, nuestro hermano tenebroso«. Es nuestro, es de nosotros, está en nosotros. No es producido por nadie de nuestro ambiente (quizás puedan reforzarlo, pero no crearlo). Está en nosotros, no lo olviden.

Quizás no todos acepten cuando afirmo que todos contamos con aspectos tóxicos. Lo que sí les puedo asegurar es que todos contamos con nuestra sombra y hasta que no la reconozcamos e intentemos integrarla al resto de nuestra psique, seguiremos siendo manejados cual títeres. Y esa es una tarea de cada uno. De cada una.

Finalizo con una precisión del Dr. Jung que espero sirva de motivación para todos ustedes y para mí:

«uno no llega a la iluminación imaginando figuras de luz, sino llevando la oscuridad a la conciencia«.

Allan Fernández, Psicoanalista y Asesor Filosófico / Si querés sostener una consulta individual para profundizar en esto, podés contactarme a través de este enlace. También podes seguirme a través de FacebookInstagramTikTok y/o visitar mi página profesional.

3 comentarios

  1. Elvis Monge

    Quiere decir que si reconocemos nuestra sombra en una forma consciente habremos evolucionado por el simple hecho de reconocerla como nuestra o debemos desmembrar ese aspecto sombrío para llegar a sabernos completamente o habrá aspectos sombríos en nosotros que ni siquiera imaginamos. También me interesa cómo opera este sistema en la mente criminal. Bueno nunca podemos considerarnos a nosotros mismos sin antes aceptar esa sombra. Pero somos algo más somos luz y esa es nuestra esperanza de llegar a algún lugar.

  2. Ela

    Creo que lo que buscamos es el centro, no la luz, no la sombra, el balance entre una y la otra. El ego es, en quien nos identificamos constantemente, al que llamamos yo, al que identificamos con gustos y disgustos y es el que nos lleva a la sombra. Entre más logremos des identificarnos con estás definiciones del yo, más cerca estaremos del balance. Indudablemente somos un trabajo constante, una amiga me decía el otro día: identifico un miedo y aparece otro, parece una tarea de nunca acabar, y yo pensando en eso me escalofrío pensando cuantos años llevo identificándome con tantas cosas, que han cosechado tantas falsedades que se traducen en ego que se sobre entiende el constate que nos lleva al cambio.

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