La suerte, el sentido y la ansiedad

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Lo repito hasta el cansancio: vivir es un ejercicio de un alto grado de complejidad. ¿Razones? Varias. La más incómoda quizás: es un ejercicio con tiempo limitado y, por si fuera poco, no sabemos de cuánto tiempo disponemos para intentar resolverlo. Esto último, si nos asalta mentalmente con frecuencia, nos sumirá en un estado de ansiedad existencial.

Todos queremos dejar nuestra huella en la historia. Los más ambiciosos desean cambiar el rumbo mundial. Algunos solo deseamos impactar la vida de dos o tres personas cercanas a nosotros. Sea que nuestro objetivo sea más grandilocuente o más «caserón», requerimos algún tipo de guía. Podríamos entonces echar mano a una de las fórmulas mas difundidas en esto de impactar, a saber: «en la vida hay que hacer tres cosas: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro«. ¿Será así de fácil? Es más: ¿tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro son realmente tareas sencillas? Lo del árbol me parece sencillo y hasta necesario en estos momentos. Lo de escribir un libro y más aún lo de tener un hijo… mejor no nos metamos ahí hoy.

Yo les quiero confesar algo muy pero muy íntimo. Se que algunos podrían recriminarme que me estoy contradiciendo y, si lo hiciesen, tendría que darles la razón. ¿Listos? Pues bien, sucede que la suerte existe. Sí, si existe. Me tomó casi 46 años entenderlo. El mantram pseudo-místico «nada es por casualidad» es una equivocación. Por supuesto que cientos de cosas al día suceden por casualidad. Miles quizás. ¿O todo lo que a ustedes les ha sucedido, lo bueno y lo malo, fue accionado por ustedes mismos? Sería soberbio pensar así. Revisen su historia. Tómense su tiempo. Observarán que las casualidades sí existen. Yo les llamo tropiezos. Algunos han sido maravillosos. Otros… desastrosos.

¿Y de dónde provino este golpe de timón, podrían interpelarme? Pues bien, de algo enteramente casual. Cada vez que leo algún libro y encuentro dos o tres citas de algún otro libro que me resultan interesantes, me doy a la tarea de buscar esa otra fuente. Ya no recuerdo en qué momento me tropecé con el nombre del colega Daniel Kahneman, quién, gracias a su investigación sobre los mecanismos presentes en la toma de decisiones, obtuvo, en conjunto, un Premio Nobel en Economía. Busqué inmediatamente algún libro suyo, lo compré y lo dejé por ahí… en la memoria del Kindle.

A inicios de este año quise observar cuántos libros había adquirido que ni siquiera había empezado a leer y me tropecé con el suyo: «Thinking fast. Thinking slow«. Empecé a leerlo y ZAS!!! Kahneman empieza su disertación incluyendo el elemento de lo azaroso en todo lo que nos sucede. «Si lo pensamos bien«, dirá el colega, «muchas de las historias que cambiaron el mundo ni siquiera eran proyectos conscientes de los que lo lograron«. Y es que es así. Ojo. Sé que la gente entiende suerte como esa fuerza que necesitamos dominar para acertar el premio de la lotería o la intención requerida para encontrar a esa persona que vendrá a colmar nuestras necesidades. Pero no. En este contexto suerte no significa eso. Suerte es simplemente lo incontrolable, lo no predecible. Aquello contra lo que tropezamos. La suerte no es una entelequia dispuesta a ser gobernada por nuestro poder mental o por la conexión que supuestamente existe en todo lo que habita el universo. Suerte es, para efectos de esto que trato de compartir, lo que no podemos predecir.

Y sí. Sé que para algunos no fue una buena noticia mi rectificación histórica. Para mí lo ha sido, y no tienen idea cuánto. Me quitó un gran peso de encima. Ya ahora sí puedo estar tranquilo que -en palabras de Miguel Ruíz- lo que me toca es intentar hacer las cosas lo mejor que pueda. Algunas veces conseguiré mis objetivos. Algunas veces no… sin importar cuanto me haya esforzado. Es que el camino del héroe, sea que lo observemos en los mitos fundacionales, en los textos místicos o en la psicología profunda, no siempre conducirá al éxito. Cuánto daño han hecho esos padres que convencieron a sus hijos que podían llegar a ser lo que ellos quisieran. No, no es así. Vuelvan a ver a su alrededor. ¿Todas las personas que los rodean se encuentran realizados con sus vidas? Si la respuesta es sí, los envidio.

Sé que ahora todos -particularmente las nuevas generaciones- quieren vivir una vida con sentido. Llevar a cabo acciones que conduzcan a un propósito superior. Me parece bien. Pero se requiere de mucho esfuerzo y, sobretodo, de aprender a lidiar con la ansiedad propia del porvenir.

Intento de moraleja: solo el que se mueve tendrá la posibilidad de tropezarse. El que se queda inmóvil… será presa fácil de la ansiedad.

Allan Fernández, Orientador filosófico, investigador y terapeuta / Podés seguirme a través de InstagramFacebook , suscribirte a “Rumiaciones“ (mi boletín quincenal) y/o visitar mi página profesional.

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