Las familias fabrican destinos

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En 1916 Sigmund Freud escribe un texto muy interesante, en el cual aparece el siguiente subtítulo: «los que fracasan al triunfar«. En él, el doctor nos propone una hipótesis muy sugerente: algunas personas se sienten mal, no al fallar, sino al triunfar.

En algunas personas, según él, al momento de triunfar, se activa un proceso en el que, desafortunadamente, éstas llegan a sentir que no merecen alcanzar el bienestar que contradictoriamente persiguen. Pensemos, por ejemplo, en alguien que procede de una pareja de padres cuya relación fracasó. De su historia, lo que esa persona puede recordar es cómo mamá -o papá, o mamá y papá- sufría por su relación. La postal que se le viene a la mente, cada vez que recuerda su relación de origen, es la de personas tristes, frustradas, decepcionadas. De pronto, esta persona conoce a alguien relativamente equilibrado. Al inicio todo marcha de maravilla. Sin embargo, en algún momento, empieza a experimentar ciertos malestares. No es que su pareja se haya «convertido». Es solo que, más allá del bienestar que experimenta al estar con alguien apto, empieza a ser presa de toda una serie de sensaciones incómodas.

Freud, si pudiera comentar este «extraño» fenómeno, comentaría algo así: eso que lo está haciendo sentirse mal es el sentimiento de culpa, ya que, inconscientemente, siente que, al estar bien con su pareja, de algún modo está traicionando a sus padres, ya que ellos no lograron ser felices. Al venir de padres sentimentalmente fracasados, no puede lidiar con el hecho de «ganarles». Si esta persona triunfa en su relación, habrá superado a sus papás. Eso, por cuestiones de linaje, no puede suceder. Hay que padecer, igual que papá y mamá. Hay que ser solidarios.

Resultado final, según Freud: esa persona se va a traer su -sana- relación al suelo, si antes no toma conciencia de su proceder. El desenlace de alguien que no se sienta bien en una buena relación, será siempre el mismo: dicha persona, inconscientemente, buscará los modos de boicotear su relación. Cuando esta relación se haya acabado, aún y cuando sin duda se sentirá triste y contrariado, logrará apaciguar sus sentimientos de culpa. Volverá al rango de sus papás. Es una especie de loca solidaridad familiar: si mis papás sufrieron, yo sufro.

Puede que Freud tenga razón… puede que no. Veamos ahora qué encontramos en la neurociencia. Allá por los setentas, el investigador norteamericano Paul MacLean estremecía los cimientos de las ciencias humanas, al proponer su hipótesis sobre la evolución cerebral. Según él, nuestro cerebro, aún y cuando ha evolucionado, continúa conservando las versiones más “arcaicas”. Dicho en términos coloquiales: cada “upgrade” de nuestro cerebro se acopla a las versiones anteriores. No las desinstala. Les cae encima, sin eliminar las previas. En síntesis: el ser humano posee un cerebro animal, el cual, gracias a la evolución, se ha perfeccionado. Sin embargo, en la base de nuestro apartado cerebral, la versión de nuestros antepasados continúa allí y -he aquí lo más controversial- aún funciona, lo cual quiere decir que, en momentos particulares, seguimos pensando -y actuando- irracionalmente.

La parte más arcaica de nuestro cerebro MacLean la llamó «cerebro reptiliano». Es tremendamente básica, automática, impulsiva y asustadiza. Solo conoce 2 estados: «tranquilidad» y «peligro». Cada acto que se repite, por una cuestión de ahorro de energía vital, es convertido, gracias a esta parte de nuestro cerebro, en un ritual, en un destino… en una compulsión. Esta parte de nuestro cerebro no es analítica, sino reactiva. Lo que ya conoce es considerado normal y, a partir de esto, busca repetirlo «ad infinitum«.

Si nuestro cerebro más arcaico busca repetir aquello que conoce -aquello que resulta «familiar»- entonces, podríamos utilizar esta idea para intentar comprender, por qué algunas personas intentan hacer de sus relaciones actuales una copia de la relación de la que proviene. Si la «manada» de la que yo procedo -mi familia, mi clan- lo que me enseñó es a sufrir por amor, a sentir culpa, a pensar que la felicidad no existe o que no la merecemos, a hacer cosas con las cuales alimentar mis malestares y locuras, mi cerebro reptiliano, interesado en dejar todo como siempre ha estado, me va a ayudar a buscarme a alguien con quién re-actuar la historia de mis padres. Una vez que logre sufrir, como sufrían mis creadores, lograré demostrar de cuál clan procedo.

Considero que estas hipótesis no se contradicen. Lo que Freud observó bien podría ser la resultante de lo que MacLean nos propone. ¿Quiere esto decir que papá y mamá son los culpables de que no logremos ser felices? No. Es su RESPONSABILIDAD trabajar su equilibrio mental y, gracias a esto, lograr romper los paradigmas familiares que anda cargando.

Sí, algunas familias fabrican destinos. Está en nosotros cambiar el guión de nuestra historia.

Allan Fernández, orientador filosófico / Podés seguirme a través de Instagram y Facebook o suscribirte a mi boletín semanal.

2 comentarios

  1. Priscilla

    Me parece interesante las hipótesis que plantearon Freud y MacLean, pero aún más como lo relacionas en tu post a la realidad que muchos vivimos y que no somos conscientes.
    Pasamos «Repeating stories».
    ¡Gracias por eso!

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