Lesiones psíquicas (acercamiento inicial)

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Todo lo que está vivo, un día dejará de estarlo. Algunos vivirán más años, pero eso no les permitirá escapar al desenlace normal de aquello que cuenta con vida: deteriorarse, para en algún momento perder su condición de vitalidad. Sus restos, una vez inanimados, se unirán con otros tipos de materiales y así formarán, luego de un tiempo, algo que vuelva a vivir. Es un principio de la energía: transformarse. Es una cualidad del tiempo: dar fe de los procesos de deterioro.

La imponente secoya gigante, cuyo periodo de vida alcanza los 3000 años.

El ser humano, gracias a los avances en tecnología y ciencias de la salud, viene prolongando su fecha de caducidad. Se estima, según algunas investigaciones científicas, que el Homo Sapiens actual puede llegar a vivir hasta 150 años de edad, en condiciones óptimas (entiéndase: imposibles). La pregunta que todos nos hacemos es si ¿valdría la pena llegar a ese momento? y, más importante aún, ¿cómo llegaríamos? (en términos de condiciones y capacidades).

Si observamos el cuerpo humano, notaremos que sus diferentes componentes pueden -o no- presentarse en diferentes personas con diferentes «calidades». Encontraremos personas con mayor facilidad para generar masa muscular, otros más aptos en términos de elasticidad, otros con mayor densidad ósea, etc. Todos contamos con músculos, ligamentos y huesos. No en todos la composición de los materiales que los forman se presenta del mismo modo. Somos de algún modo predispuestos por una programación genética, lo cual hará que los menos dichosos -en cualesquiera situación- tengan que llevar a cabo un esfuerzo mayor por compensar aquello que biológicamente no se muestra de un modo tan óptimo, contrastado con otros seres humanos (incluso emparentados).

Sostengo que en nuestro interior sucede algo similar (como si poseyésemos un «cuerpo psíquico», idea harto frecuente en algunas filosofías menos «mainstream»). Habemos personas mucho más capaces de mantener información -memoria-, habrán otros con mucha más habilidad para resolver problemas en el ámbito de lo lógico-matemático, encontraremos personas con una maravillosa capacidad para modularse emocionalmente y, según sea el caso, alcanzar tantas veces como sea necesario un estado de balance, independientemente de cuántas veces el entorno atente contra este y, -lo cual resulta fundamental para este escrito-, existen también personas que parecieran contar con mucha más capacidad para sobreponerse a los golpes propios de la existencia. Mis colegas psicólogos suelen utilizar el término «resiliencia».

Resulta obvio reconocer que no he dicho, en el párrafo precedente, nada que no sepamos de antemano. Existen condiciones genéticas, estructurales y ambientales que van «formando» (o deformando o malformando) nuestro mundo interior. El doctor en neurociencias James Fallon, investigador consagrado al campo de las psicopatías, asegura contar con todos los indicadores (menos uno) necesarios para convertirse en un psicópata. Su confesión es muy clarificadora: todos somos nuestro contenido genético, la calidad, uso y mantenimiento de nuestro sistema nervioso y nuestras experiencias y ambientes. De la mezcla entre genes, circuitos neuronales y hábitats surge eso que solemos llamar nuestra personalidad.

Fue el esmero y cariño de sus padres, su espacio vital en sus años de crecimiento, según el Dr. Fallon, lo que incidió en que él no se convirtiera en un asesino, tal como aparecen en incontables programas.

Entonces, secundado por mi experiencia clínica, puedo asegurarles que, al igual que con el cuerpo, nuestra psique puede llegar a lesionarse. Y así como hay cuerpos de cuerpos, hay lesiones de lesiones y tratamientos de tratamientos. En realidad, puedo decirlo mejor. Nuestra psique -la suya y la mía- de hecho, se ha enfrentado a diferentes momentos, diferentes experiencias dolorosas, las cuales llamo «lesiones psíquicas». En algunos casos participaron otras personas en dichas situaciones. En otros fuimos nosotros mismos -por más paradójico que resulte- los responsables de infligir dolor a nuestro propio ser (lo cual nos coloca en un lugar más bajo respecto a nuestros familiares mamiferos menos evolucionados, ya que estos, gracias a su instinto de conservación, buscarán a toda costa evitar sufrir si algo del entorno vaticina un desenlace doloroso).

Al igual que con las lesiones físicas, el tiempo que tomó reaccionar -entiéndase el grado de conciencia respecto a la importancia de buscar ayuda- será una variable fundamental, ya que una lesión muy grave puede ser reparada si se reacciona a tiempo y/o una de menor gravedad podría evolucionar en un problema mucho mayor si nos rendimos a la negligencia. Acá también aparece el tiempo como un factor fundamental.

Una vez sufrida una lesión vendrá un tiempo de rehabilitación, el cual, en caso de haber sido propuesto por un especialista, nos promete un estado de bienestar, una vez recorrido dicho proceso. Del buen juicio y responsabilidad del lesionado, junto con la gravedad de la lesión, la velocidad de reacción y el acompañamiento de las personas indicadas, así podremos luego esperar -o no- el resultado deseable, a saber: la recuperación.

Cuando una de nuestras rodillas se lesiona -y créanme, tengo varias anécdotas al respecto-, podemos seguir los siguientes cursos de acción:

  • esperar a que la sanación opere sin intervención, ergo, darle tiempo a que las cosas se estabilicen
  • buscar a un sobador (término eminentemente latinoamericano para describir a una especie de quiropráctico no profesionalmente formado, quien a base de diversas técnicas -no necesariamente médicas- buscará rehabilitar el área lesionada)
  • acudir a un centro médico en busca de una radiografía que le permita a un especialista establecer el grado de daño producido
  • concertar una cita con un profesional en fisioterapia
  • agendar con un fisiatra
  • solicitar ayuda a un médico especialista en ortopedia.

No es igual lesionarse a los 15 años de edad que a los 45. No es lo mismo golpearse nuevamente en un área previamente rehabilitada que en un sector del cuerpo sano. No es igual una torcedura de tobillo que un esguince, una bursitis que una tendinitis y/o un desgarro.

En el ámbito de lo psíquico encontramos personas que quisieron confiar en el tiempo para curar sus lesiones psíquicas. Otros las negaron hasta que el problema se salió de control. Están los que buscaron todas las vías no probadas científicamente para restablecerse. Encontraremos los que fueron a todos los profesionales y no siguieron una sola indicación. También existen los que finalizan el proceso de rehabilitación previo a la fecha indicada. Desafortunadamente existen personas cuya área lesionada ha sido impactada en diversos momentos de su vida (abandonos, manipulaciones, decepciones, agresiones, etc).

No todas las lesiones desaparecen completamente. No todas las rehabilitaciones nos devuelven a un grado de no lesión. No todos los cuerpos son igual de «hábiles» para recuperarse. En algunos casos, y sé que esto no se presenta como muy motivante, será la cicatriz la que nos recuerde algo que sucedió y no pudimos borrar -sanar, curar- totalmente.

La ética de la clínica psicoanalítica, tal como yo la entiendo, no promete aquello que no sabe si podrá cumplir. Resulta cuasiperverso jugar con las ilusiones de aquellas personas que asisten -siempre- con algún dolor que les impide vivir bien. Reconociendo nuestros propios límites -nuestra «castración», como dirán los colegas lacanianos- debemos, ante todo, recordar que esa persona que se encuentra frente a nosotros, aún sufriendo, hizo el esfuerzo por buscarnos. Mal le pagaríamos si prometemos algo que -aunque esa persona desea escuchar- sabemos, no podremos alcanzar por nuestros medios terapéuticos. El psicoanálisis no es una fe, no es un dogma, no es una religión (aunque algunos lo vivan de ese modo). Es un cuerpo de conocimiento parcial, en constante evolución, creado para acompañar a esos que desean vivir mejor. La confianza de los que nos visitan debe ser correspondida con nuestra humildad y honestidad. Hay lesiones que otros saberes rehabilitan mejor que el psicoanálisis. Hay áreas que responden mejor a otras intervenciones. Hay lesiones que nos acompañarán por el resto de nuestras vidas -créanme nuevamente, lo sé, como persona y como terapeuta-.

El psicoanálisis, escribió alguna vez el colega inglés Adam Phillips, es un saber que nos ayuda a leer de otro modo nuestra historia personal y eso, se los aseguro, no es poca cosa. Pero debemos mantener la cordura y no continuar -imaginariamente- luchando con otros campos del conocimiento, sean éstos más o menos socialmente validados. Estoy seguro -conozco muchos- que en todas las áreas de la salud se encuentran personas totalmente comprometidas con acompañar a aquellos que sufren. Y bien enseña el budismo que vivir es sufrir. Quizás todos estamos rehabilitándonos, de una u otra cosa…

Espero que este tema les apasione tanto como a mí, ya que, como podrán haber visto en el título, es un primer ensayo.

Allan Fernández, Máster en Psicoanálisis / Si querés sostener una consulta individual para profundizar en esto, podés contactarme a través de este enlace. También podes seguirme a través de FacebookInstagram y/o visitar mi página profesional .

Foto principal tomada por Lisa Fotios @ pexels