Sobre dragones y santos

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Había una vez una princesa, un príncipe, un rey, un dragón y un dogma religioso… me fui muy atrás, permítanme adelantarme unos cuantos siglos y ahorita nos devolvemos.

En mi familia paterna el hijo primogénito (varón) carga el mismo nombre de pila de su antecesor. Mi abuelito se llamaba Jorge Fernández. Mi papá se llama Jorge Fernández y yo también me llamo así. A mi hija podríamos haberla llamado Georgina, pero era tiempo de romper con esa tradición (y mi esposa jamás lo habría permitido). Las tradiciones -las familiares en específico y las sociales en general- siempre poseen un lado problemático. En ellas vienen revueltas grandes virtudes y peligrosas locuras y «verdades». Jodorowsky lo plantea bien: nuestro árbol genealógico puede ser baúl de tesoros o trampa mortal.

De niño recuerdo una postalita que tenía en mi habitación. Era la imagen de San Jorge, mi santo patrono. En ella, una especie de caballero de la Edad Media, montado en un imponente corcel, atravesaba algo parecido a un dragón con su afilada lanza. El dragón, gravemente herido y cubierto en su propia sangre, lucía una expresión que no daba espacio a la confusión: en ese «match» ganó el caballero, que aunque era santo, no tenía problema en aniquilar a otra criatura, creada por su mismo creador. Tal parece que en algunas ocasiones ser santo y matar pueden convivir en un mismo ser (si nos atenemos a la imagen en cuestión).

St. George, patrón de Inglaterra

Sobre la figura mítica del dragón se ha escrito todo lo que se ha podido. El que sea una criatura en que el fuego aparenta ser parte de su constitución, quizás contó con la mala suerte de ser asociado con un espacio en el que, aparentemente, todo es fuego y desgracia: el famoso y a su vez tristemente célebre infierno de la cristiandad. Como arquetipo, como arcano, la representación del dragón es mucho anterior a la aparición del cristianismo. Los grabados orientales, en los cuales dicho ser no representaba lo que terminó representando para occidente, son impresionantes y cargados de simbolismo.

Respecto a la historia de San Jorge, cuenta la mitología cristiana que una vez existió un hombre de fe llamado Jorge de Capadocia, soldado romano convertido al cristianismo, quien aparentemente fue torturado por el emperador romano de turno y aún así, estoicamente resistió dolores infinitos con tal de ser fiel a su recientemente adquirida doctrina. Eso le valió el grado de mártir.

En la Edad Media era fácil encontrar mitos sobre dragones y caballeros. Versiones hay muchas y modos de entenderlas también. A mí personalmente me resulta sugerente la interpretación ofrecida por Carl Jung (una de ellas, ya que se refirió a esta historia en varias ocasiones). Así que si no les molesta, querría contarles la historia (sintetizada y contada con mis palabras):

«Un pueblo era afligido por la presencia de un salvaje y destructor dragón, el cual no permitía que las edificaciones del reino y sus habitantes estuvieran en paz (sí, claro que suena como «How to train your dragon»). El Rey ofreció a aquel que librara a su pueblo de dicha amenaza la mano de su hija, la Princesa. Un joven, que no se llamaba Jorge, sin decir nada, se adentró en el bosque. Estudió al ígneo animal por semanas con el propósito de domarlo.

Un día, este joven vuelve al pueblo y solicita audiencia con el Rey. Al llegar, le asegura que no tienen más de qué preocuparse, ya que el dragón no volverá a descargar su furia contra el pueblo. Al pedirle el Rey una prueba que secundara su promesa, el muchacho llama al dragón, el cual, plácidamente, cual mascota, se echa a la par suya (esto se parece a Shrek, yo se). Este encantador de dragones se casa con la princesa y además gana un protector para el pueblo, a saber, el otrora destructor dragón y así viven felices por siempre«.

La versión de la Iglesia difiere al final. San Jorge, haciendo gala de su hidalguía, se bate contra el dragón y lo vence. Este santo varón, al aniquilar al mítico animal, queda como el gran ganador y el dragón como un simple desecho. Observen la idea que aquí se presenta: profesar la fe, ser guiado por el bien, requiere destrozar lo relativo al dragón y sus poderes.

¿Qué opinaba Jung? Matar al dragón, de acuerdo a la doctrina cristiana, implica apagar nuestros fuegos internos: nuestro deseo, el Eros, nuestro lado instintivo, lo que nos enciende e impulsa. El dragón vendría siendo una especie de lado demoniaco -una representación del diablo- al cual tenemos que atravesar con una lanza, desangrarlo, pasarle por encima con el caballo, derrotarlo. San Jorge, según el dogma católico, representa nuestro lado puro, casto. Debemos tomarlo como símbolo de la fe y como tarea a realizar, so pena de ser desterrados al flamígero averno gobernado por Satanás.

Para la psicología profunda el dragón es una parte nuestra. Si atentamos contra ella nos estaremos hiriendo a nosotros mismos. Lo que debemos buscar es integrarla, volverla a nuestro favor. Tomar ese fuego y transformarlo en pasión, en deseo, en fuerza para avanzar, para continuar experimentando, para Vivir (en mayúscula), pero eso sí vivir bien, vivir una vida que valga la pena ser vivida.

La idea, al menos para los que estudiamos la simbología según Carl Jung, no busca que persigamos el grado de santos o santas. Nuestra meta es mucho menos ambiciosa: aspiramos a ser nosotros mismos, a conocernos, tanto como podamos.

Entonces, aunque no soy de dar consejos, les pido que consideren no irse en contra de ustedes mismos. Aceptación es la palabra clave. El dragón es un aliado, para el que se toma el tiempo de entrenarlo. ¿Y cuánto toma eso?, se preguntarán ustedes. La vida, todo los que no quede de ella. Pero el esfuerzo bien lo vale. De no ser así, «viviremos» escindidos entre lo que según nosotros es bueno en nuestro interior y lo que debemos desterrar (spoiler alert: no se puede desterrar aquello que es parte esencial de nosotros).

Somos el caballero y somos el dragón. Somos el rey y la doncella también. Todas son figuras arquetípicas de nuestra mente. Las encontraremos más agresivas (como el caballero) o más animales (como el dragón). Más contundentes (como el rey) o más sensibles (como la doncella). Jung 101: también somos nuestra sombra. El dragón es una parte de nuestra psique, de nuestro inconsciente. Nuestro trabajo existencial, entonces, es integrar oscuridad y luz.

Allan Fernández, Máster en Psicoanálisis / Si querés sostener una consulta individual para profundizar en esto, podés contactarme a través de este enlace. También podes seguirme a través de FacebookInstagram y/o visitar mi página profesional.