¿Padecés tu soltería? La psicología profunda sabe por qué.

Tiempo de lectura estimado: 15 minuto(s)

Pocos autores en el ámbito de la psicología me han impresionado mas que el psiquiatra suizo Carl Jung. Empecé a leerlo en la facultad, no porque lo recomendaran, sino mas bien porque no lo recomendaban. Los autores prohibidos siempre han sido mis favoritos.

Algunos quizás sepan que Jung fue el discípulo predilecto de Freud, hasta que se «divorciaron». Jung respetaba a su maestro (en su biografía lo denomina su mayor influencia), pero amaba más buscar la verdad. No estaba de acuerdo con la importancia que Freud le daba a la sexualidad y estaba convencido que el inconsciente no era solo ese cajón en el que se guardan todos nuestros traumas y desencuentros eróticos. Para Jung, en nuestro inconsciente se encuentra la luz que requerimos para evolucionar. Cada uno de nosotros, dirá el doctor suizo, cuenta con su guía interno, su gurú personal, en lo mas íntimo de su ser. El trabajo de la psicología junguiana es -visto de un modo simplista- aprender a escuchar con claridad a ese guía interior.

Recorrió el mundo, estudió la locura, el efecto curativo de los mandalas, la potencia inquisidora del tarot, el valor de la meditación y hasta escribió un texto en el que explica qué son realmente los OVNIS. Como podrán notar, era un tipo intelectualmente inquieto.

En términos psíquicos, Carl Jung planteaba un modelo para comprender las fuerzas que operan en nuestro interior (en el alma dirán algunos, yo prefiero hablar de la mente), echando mano del concepto de arquetipo -patrón de conducta-. Utilicemos este esquema:

Si ustedes quieren, podríamos decir que estamos viendo una mente humana desde arriba. Hacia la parte superior se encontrarían los ojos y por ende el mundo exterior y hacia abajo, nuestros aspectos mas ocultos (aclaro, este no es el diagrama de un cerebro, sino el de una mente). Hacia afuera nosotros mostramos lo que él llamo la «persona» («máscara», en latín), esa imagen que nos permite transitar en sociedad. Es un biombo, algo que utilizamos para esconder nuestra verdadera naturaleza. Puesto en términos actuales, es todo lo que vemos en redes sociales. Luego nos tropezamos con el «ego», el cual, sintetizando de más, podríamos considerarlo el espacio en el que se encuentran nuestros procesos conscientes.

En el centro del diagrama encontramos el concepto de «SELF», el punto en el que lo consciente se encuentra con lo inconsciente. Me lo imagino como una bisagra, en la que estas dos dimensiones interactúan. Podemos decir que es nuestro «SELF» el que nos aporta la experiencia de ser, de existencia.

En la parte inferior del diagrama nos tropezamos con el concepto de «sombra», el cual se encuentra totalmente enclavado en nuestra dimensión inconsciente (nuestro mundo interno). No puedo continuar sin antes aclarar algo: el inconsciente junguiano, a diferencia del freudiano, se ve enriquecido por experiencias de nuestros antepasados. Quiero decir que se diferencia del de Freud en el sentido que para el maestro vienés, nuestro inconsciente resulta de nuestras experiencias como sujetos o individuos. Jung no estaba de acuerdo. Allí donde encontramos nuestro inconsciente, aparece información que en nada coincide con nuestra historia personal (con mi hija comprobé que Jung tiene razón).

Los dos conceptos que me motivaron a escribir esto son los arquetipos de «animus» y «anima». La sombra de un hombre es masculina y la sombra de una mujer es femenina. Sin embargo, en cada ser humano se encuentra su complemento. Existe una parte femenina en el hombre y una masculina en la mujer. El «animus» contiene los aspectos masculinos en la psique de la mujer. En el hombre será el «anima» el reservorio de todo aquello femenino en él. Lograr, no solo la unificación sino la correcta relación de fuerzas entre uno y otro apartado psíquico nos permitirá alcanzar la tan ansiada plenitud que todos perseguimos. (Sí, leyó bien. Eso que andamos buscando no es pareja, sino equilibrio). Jung llamaba a esta meta la consolidación del «sí mismo». En términos gráficos, el sí mismo vendría siendo el centro del mandala, donde todo confluye y de donde todo parte.

Este mandala fue realizado por mi hija hace muchos años.

Si la tarea existencial del humano es alcanzar ese nivel de integración, requerimos conocer y trabajar aquellos aspectos complementarios, los cuales se albergan en nuestro interior. Tal como le digo a la mayoría de mis consultantes, nos falta hacer las paces con nuestro lado no predominante. Ponerlo a trabajar a nuestro favor. Volverlo un aliado. Al hombre le toca reconocer su «anima» y a la mujer su «animus». Socialmente nos han enseñado a negarlo. Negando ese sector «oculto», el destino no será otro más que la neurosis, el desconcierto, la falta de equilibrio (y gracias a eso, un sinnúmero de síntomas: tristeza, apatía, ansiedad, insomnio, etc.).

Toda esta epidemia de personas padeciendo su soltería y, gracias a esto, tomando una y otra vez muy malas decisiones en términos de elección de pareja, nacen, según esta teoría psicológica, de la no integración de nuestros aspectos psíquicos internos. Buscamos afuera -la pareja- lo que no hemos logrado conciliar en nuestro interior -animus y anima-. Reconocemos nuestra incompletud -eso no está necesariamente mal- y acto seguido nos damos a la tarea de propiciar encuentros que no generan más que mayor soledad. Creemos erróneamente que al mandala que nos representa le falta alguien, cuando en realidad le falta algo: autoconocimiento y gracias a esto, equilibrio interno.

La plenitud está vedada para todo aquel que no alcance la afinación de sus sonidos íntimos. Podrá conocer a la persona apta, una y otra vez y, aún así, continuará sintiendo que algo falta. Reconoce que dicha falta se encuentra en su interior, pero comete la equivocación de fijarse en lo externo. Puestas así las cosas, el desenlace siempre será desfavorable. O, tropezándose con las personas incorrectas, su falta de conocimiento interno le hará confundirse, lo cual los llevará al mismo fatídico resultado. Como podrán observar, a quien no haya logrado conciliar su pareja interna (animus-anima) el éxito, en términos de pareja externa se muestra distante… muy distante.

¿Y cómo alcanza uno ese maridaje psíquico?, se preguntarán. Auto-conociéndose. No parece haber otra vía.

Allan Fernández, Psicoanalista y Asesor Filosófico / Si queres sostener una consulta individual para profundizar en esto, podés contactarme a través de este enlace. También podes seguirme a través de FacebookInstagram o suscribirte a mi boletín quincenal.

2 comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *