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No, Allan, ¡¡¡no!!! Por favor. Venís de celebrar tu aniversario de bodas, recién terminamos todos de pagar las facturas por lo de San Valentín y ahora, ¿salís con esto?
Con los divorcios me sucede lo mismo que con los psicofármacos: no soy un entusiasta de ninguno de los dos, pero algunas veces resultan ser la única solución. Para alguien que no cree en eso de «intencionar», «manifestar» y/o intentar coartar al universo a actuar a mi favor, las salidas apropiadas no son siempre ni románticas ni agradables. Es solo que hay que hacer lo que hay que hacer, claro está, cuidando los alcances éticos (mi esposa diría karmáticos) de lo actuado.
Fue mi esposa la que me envió un episodio del podcast de Russell Brand en el que alertaba sobre el incremento en las tasas de divorcios desde la propagación del COVID-19 en el mundo. Si desean verlo, pueden darle click a este enlace. El tema es tan serio que afortunadamente él lo transmite de modo gracioso. Así que, si a ustedes, al igual que yo, no les gusta seguir enlaces o si alguno simplemente tiene pereza de poner atención a un video de más de 10 minutos en inglés (no norteamericano), voy subrayar e intentar tropicalizar algunos de los puntos expuestos por este inteligente comediante.

Verdad incómoda: sostener(se) en una relación nunca ha sido, es, ni será fácil. Freud tiene razón: el ser humano es un bicho tremendamente egoísta. El término propuesto por él hasta terminó convirtiéndose en diagnóstico: somos narcisistas. Sí. Todos lo somos. Es un «feature» del interior del Homo Sapiens. O quizás tendría que decir que nacemos siendo tremendamente narcisistas y luego la socialización (la familia, la educación, la moral, la religión) nos lo va lijando… no a todos, evidentemente. Entonces, de lo anterior se desprende esta no muy sofisticada máxima: entre más narcisista, menos apto para funcionar socialmente y viceversa.
Mi punto es este: ser parte de una relación te impide actuar de modo egoísta (o narcisista). Son opuestos. O sos apto para relacionarte o sos egoísta. No se pueden acompasar ambas características. Y no es que no seamos algo egoístas (Freud aseguraba que un saldo de eso queda por ahí, aunque te hayan educado en la más represiva de las instituciones religiosas). Es solo que relacionarse es precisamente darle valor al otro. Ser parte de una relación es asumirse en una cosa plural. Y no es que haya que desvanecerse, muy por el contrario. Con una persona apta vos sos más vos. Bueno, no sos más vos. Contás con la confianza de ser simplemente vos, lo cual es un montón en estos días en que la gente o no sabe quién es o intenta ser quien no es.
Russell Brand lo aclara de un modo contundente: ni mi pareja es responsable de mi felicidad ni debería ser el blanco de mis proyecciones y/o fantasías. No podría estar más de acuerdo. El único momento de la vida en que no se ve sospechoso que yo quiera que alguien me haga feliz es la niñez… la muy temprana. Ya luego uno crece y entiende que eso le toca a cada uno y que ni siquiera debería ser nuestra meta existencial (¿recuerdan mi publicación «Perseguir la felicidad nos enferma de ansiedad«?). Querer ser -únicamente- feliz en la vida es apostar por la frustración: es materialmente imposible. Seremos felices en algunos momentos y en otros no. Así funciona la vida en el Planeta Tierra.
Lo de las proyecciones es fundamental también. Mi pareja se vuelve esa pantalla donde envío todo eso que no funciona en mi interior. Es realmente un «uso» del otro para fines neuróticos. A falta de conocimiento interior, mayor capacidad de proyección. Ahora imaginen cuando dicha pantalla pasa encendida 24/7 por meses.
Y no, no es culpa del Covid que tantas relaciones no funcionen. No es culpa de nadie en realidad. Es responsabilidad de todos aquellos que venían observando que algo no caminaba y, del modo más irrealista posible, confiaron en el poder curativo del tiempo. No. El tiempo no cura casi nada. El tiempo ayuda a que coloquemos capas encima de otras que contienen recuerdos, pero lo vivido (gracias Freud) nunca se olvida. Se reprime, pero no se olvida. Emocionalmente hablando el ser humano almacena todo lo que le ha sucedido en su inconsciente (desde tiempos intrauterinos). Es quizás por eso que una querida profesora de la facultad aseguraba que uno no va a terapia a recordar. Uno va a terapia a olvidar. Agrego: a intentar olvidar. A intentar restarle efecto emocional a lo ya sucedido.
El tema de las fantasías es todo un tema. Más o menos hace un año se presupuestaba una maratón sexual a causa del confinamiento. A falta de posibilidades de transitar, las parejas se sumirían en una especie de re-actuación sensual, que en nada tendría que envidiar las más sublimes manifestaciones de lo erótico. Hoy sabemos que las parejas ya no quieren ni darse la mano. Es que el ser humano confinado se convierte en su peor versión. Yo hace muchos años ya había escrito al respecto, así que aunque no les guste seguir enlaces (como a mí), pueden accesar este enlace y leerlo: «Sexo con-ciencia (toma # 2)«. Y si se quieren adentrar más en el tema de la extinción del erotismo en el siglo XXI en parejas aparentemente sanas, jóvenes y vitales (treintañeros y cuarentañeros), pueden leer esta maravilla de texto:

El título obviamente fue diseñado para llamar su atención, incluso para producir una reacción. Si yo pensase que el divorcio es la única solución ante las típicas y siempre presentes diferencias en cada relación humana (familiar, laboral, amorosa, comunitaria), ya hace bastante no tendría nada que conmemorar en febrero. Mi esposa y yo no compartimos género, ni edad, ni profesión, ni gustos cinematográficos y/o musicales. Yo soy vegetariano y ella probablemente fue tigre de bengala en otra vida. Ella no podría ser más espiritual. Yo el músculo que ayuda a «creer» lo tengo totalmente atrofiado. Yo quiero acostarme a las 9 de la noche y levantarme a las 5am y ella a la 1am siente que apenas está comenzando su noche. Yo anduve relativamente tranquilo (mis papás no opinan lo mismo) los primeros 17 años de mi vida, antes de conocerla y estoy convencido que el día que yo muera, ella cuenta con la suficiente entereza e inteligencia para «sobrevivir» mi pérdida (no es que me ponga oscuro, es que los tipos estadísticamente mueren antes que las mujeres). Entonces, no es que desee hacerle propaganda a los bufetes especializados en familia (irónicamente son los que tramitan los divorcios). Afortunadamente nunca he requerido de su «expertise» y espero no tener que necesitarlo. Es sólo que la pandemia nos llamó la atención y a nadie (narcisistas y no narcisistas) nos gusta que nos la llamen. En síntesis: el problema no son las diferencias. El problema es la falta de trabajo interno. Soñamos con que alguien nos venga a sacar del confinamiento sin siquiera tomar en consideración que quizás esa persona no tenga ganas de rescatar a nadie…
Poner la vida en automático es un acto de negligencia. Nada funciona si no se le pone atención. Es poco probable que exista una divinidad cósmica que pierda la paz si nos encontramos en una relación equivocada. Es una relación. Recuérdenlo. Son 2. Si dicho acuerdo funciona, será motivo de orgullo de ambos. Pero si no funciona, esconder las diferencias debajo de la alfombra no es más que un posible incremento en las cuentas bancarias de algún profesional en derecho. Comunicarse, conocerse internamente, buscar consejo profesional. Russell Brand tiene razón. Y creo que podemos confiar en su experiencia. Ya él sobrevivió a un divorcio y aparentemente ahora le va mejor que cuando estaba con Katy…
Allan Fernández, acompañante y orientador filosófico / Podés seguirme a través de Instagram y Facebook
Que bueno. No me gusta seguir enlaces pero no pude evitar seguir ambos y hasta me leí al artículo de los Osos Pandas. Siempre valiosa y pensada la información Allan. Muchas gracias