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«Estresado o feliz, no se pueden ambas«, aseguró un estimado consultante, días atrás. ¡¡¡Cuánta verdad!!! En una frase tan sencilla, tan cotidiana, se encierran siglos de sabiduría. Podríamos incluso plantear variantes de la misma reflexión: «Inestable o ecuánime», «Desequilibrado o calmo», «Enfermo o sano». No se puede estar bien y mal al mismo tiempo, así como no se puede ser «parcialmente sano». Desde una óptica integral, el estado de salud está reservado exclusivamente a aquellas personas que se ocupan de cuidar sus cuatro áreas fundamentales: la mental, la física, la social y la psicológica. Dos de tres no alcanza. Una de tres… imagínense.
Cada año trato de extraer -al menos- una enseñanza de la clínica. Este año estoy convencido que aquella persona que no cuente con alguna actividad que le genere pasión, estará viendo disminuida su energía vital, su atención, su salud, su tranquilidad, su deseo de vivir. Hoy estoy bastante seguro que la falta de pasión -llamémosle apatía existencial-, es el terreno abonado para todo tipo de malestares, tanto físicos como psíquicos. Algunos tenemos la dicha de contar con oficios que nos resultan apasionantes, pero se bien que no todos experimentan lo mismo. Es para este tipo de personas que un espacio alterno en el cual recargar-se resulta esencial. Pero se que esto nos presenta un problema. Procedo…
Desde niño escucho a los adultos hablando de la importancia de producir. El ciudadano será admirable en la medida que produce. Producir, producir, producir. No dar espacio a nada que no conlleve el acto de generar algo socialmente deseado. Ya habrá tiempo para descansar… quizás. Mientras contemos con energía DEBEMOS producir. Pero, ¿y si nos han estado mal aconsejando todo este tiempo?. En la Antigua Grecia, cuna de una de las civilizaciones más avanzadas en política, ciencia, medicina, filosofía, etc., el ocio era considerado un regalo de los dioses. Era menester -para los ciudadanos- dedicar un momento del día para entregarse a la in-acción. De dichos momentos de quietud y reposo surgieron muchas de las ideas que al día de hoy aún utilizamos.
Le confesaba a un amigo que yo, cual si fuera un hábito natural, requiero, cada día, dedicar varios momentos al ocio. Escuchar música, meditar, tomar una pequeña siesta, observar algún documental, salir a trotar un rato, leer, practicar guitarra, etc. He llegado a comprender que si mi vida cotidiana no contase con dichas «interrupciones», no podría dedicar la atención y concentración que mi vida requiere (como terapeuta, como padre de familia y esposo, como aprendiz de escritor, etc.). También puede ser una cuestión de mi edad… no crean que no lo he pensado. Acercarse a los cincuentas genera un grado de cansancio nunca antes experimentado.
¿Qué sería la vida sin esos pequeños momentos en que simplemente nos entregamos a aquello que nos apasiona o al menos nos distrae? Algo aburridísimo, sin duda alguna. Correríamos el riesgo de engrosar las filas de ese ejercito multitudinario de personas, para las cuales, los únicos momentos agradables de la semana son el viernes por la noche y el sábado. Esos que ya el domingo empiezan a odiar la inminencia de otro nuevo lunes. Esos para los que su negOCIO no permite ningún momento de OCIO.
Esta sociedad está tan extraviada que hoy se admira a las personas «multitasking». Sí, esas que almuerzan mientras trabajan, las que hacen ejercicio mientras revisan correos, las que ven el tele con un ojo y la tableta con el otro. Yo no le encuentro nada admirable a dicha «virtud». Confío más en la sabiduría oriental, aquella que nos enseña que mientras estamos lavando, debemos solo lavar. Cuando estemos comiendo, solo debemos comer. Cuando estemos trabajando, solo debemos trabajar. Solo así aprenderemos a colocar nuestra atención a discreción.
Recibo en consulta a muchísimas personas con problemas de ansiedad, de estrés, de insomnio, de falta de atención. Personas jóvenes, aparentemente vitales, con una serie de maravillosos recursos y oportunidades y, sin embargo, presos en una vorágine de compromisos, deseo de aceptación y «deadlines». Me parece que le están haciendo caso a los adultos de su pasado. Están produciendo y produciendo… malestares.
Tenemos que aprender a tomar control de nuestras vidas. No es cierto que no se pueda. Se los digo por experiencia propia y de todas esas personas que lo han logrado, siempre y cuando entiendan que dar espacio al OCIO los va a volver blanco de críticas. Pero, ¿por qué eso tendría que ser tan importante? ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestra salud y nuestros sueños para que los otros nos acepten? Me parece un negOCIO malísimo.
Allan Fernández, Psicólogo Clínico, Orientador Filosófico y moderador de la comunidad Dimensión Psiconáutica / Podes seguirme a través de Facebook o suscribirte a mi boletín.
Cierto !
Gracias por la atención.