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Que desmadre con esto, ¿verdad? La gente realmente la está padeciendo en este apartado. «No la pegan«, diríamos acá en Costa Rica. Llevan las mejores intenciones, leyeron todo lo que Walter Riso aconseja, se encomendaron a San Antonio, intentan no tomar las mismas decisiones de sus padres y, aún así, el asunto no funciona. Sufrir por amor se volvió #trendtopic.
Lo observo en los jovencitos (entiéndase alguien de entre 20 y 30 años de edad), los no tan jovencitos y los nada jovencitos (mi generación). La fila de proyectos amorosos no exitosos, en la amplia mayoría de personas que conozco, sea clínica o personalmente, cuenta con más renglones que un contrato de tarjeta de crédito. Tener una relación estable, en estos momentos, se volvió más difícil que obtener una beca de trabajo temporal otorgada por el Gobierno de los Estados Unidos.
¿Causas? Ya las enumeré prácticamente todas. Las podrán encontrar accesando mi otro blog: «Enredos Amorosos«, el cual cuenta con más de 100 publicaciones y si quedan con energía, pueden revisar también esta y esta y esta publicaciones más recientes. Pero ya ven, aquí sigo escribiendo sobre el tema…
La colega Anna Machin ha volcado su interés científico sobre dos temas fascinantes: este que nos ocupa hoy, el de las emparejadas y el de la paternidad. Sobre este último tema, les prometo una entrega cercana al próximo Día del Padre. Ella ha estudiado la insustituible función social del acto de fungir como papá de un ser humano.

Pero bueno, vengo siguiendo su trabajo desde hace algún tiempo y me encontré una investigación en que la pregunta que la motivó -a ella y su equipo- fue realmente básica: ¿existen diferencias en la importancia que hombres y mujeres otorgan a su relación sentimental? ¿Están listos y listas? Démosle.
Utilizando el método de entrevista a profundidad (el cual se diferencia de la clásica encuesta, ya que busca, como su nombre lo indica, ir más allá de la primera idea que viene a la mente del participante del estudio), trabajaron con una población de más de 300 personas. Los datos no permiten ser extrapolados en exceso, pero nos presta elementos para pensar. Lo primero que podríamos señalar, es que, de acuerdo a los resultados obtenidos, a los hombres su relación sentimental no les parece algo tan importante como sí lo es para las mujeres. ¿Sorprendid@s? Pero cuidado. De esto no se extrae que no sea importante para ellos. No sucumbamos a los fantasmas y miedos de nuestra psique. Es solo que, por alguna razón, para las mujeres su relación se convierte en una especie de elemento regulador. Aparejado a esto, otro punto subrayado por la colega Machin: los hombres no suelen ligar su felicidad a su relación. En las mujeres los datos son apabullantes: una mujer que no es «exitosa», parejísticamente hablando, no logrará alcanzar tan fácilmente la sensación de plenitud. Que fuerte, ¿no les parece?
Según las respuestas de los hombres encuestados (no es unánime tampoco), su relación ocupa un lugar tan importante como sus amigos más cercanos (no aclara si solo amigos o amigos y amigas). Esto me da una clave valiosísima en términos clínicos. Cuántas historias habré escuchado de mujeres quejándose del influjo que los amigotes de su novio generan en él, lo cual les produce desde celos hasta ira. En este punto parece que no hay mucho que hacer: los amigotes van a ganar el pulso o, dicho de un modo más crudo, ni siquiera es una competencia, ya que para la mayoría de hombres, los amigos son los amigos… y luego la relación.
Las mujeres ven la relación como un verdadero trabajo en equipo. No temen perder parte de su individualidad, ya que lo conciben como una inversión: pierden individualidad y ganan en compañía. Al hombre esto no le parece tan atractivo. Para los participantes de esta investigación, la individualidad es un bien en sí mismo. Nada que atente contra ello parece un buen negocio.
Y bien, ¿cómo ven la cosa hasta acá? Pero no todo está perdido, esperen. La Dra. Machin recomienda tres cosas muy útiles:
1. «para todas esas mujeres que no encuentran a ese compañero 50-50, lo mejor que pueden hacer es no tomárselo personal. Algo nos dice que estas diferencias responden a fuerzas no conscientes».
2. «hasta que no encuentren al «señor correcto» -ella los llama «Steves», ya que una amiga parece haber encontrado a un tipo totalmente diferente al de la investigación, que lleva ese nombre-, será más reconfortante trabajar en aquello que les otorgue sentido a su existencia: pasiones, pasatiempos, causas y nuevas y más profundas amistades.
3. «Si ya se encuentran con alguien como el que presenta la investigación, quizás no sea inteligente acelerar lo relativo al matrimonio, a no ser que puedan lidiar con todo lo anterior».
Odio decirlo, pero, les vengo diciendo esto hace años, ¿o no?
Por supuesto que alguien que fantasea con que una persona como la acá descrita cambie, debe encontrarse en estos momentos insomne, ansiosa, depresiva y seguro que hasta inapetente. Es que está esperando un milagro y ustedes bien saben lo que pienso de ellos. Acudiendo a la estrategia Hannah Fry, doctora en matemáticas, a quién he aludido en otras entregas, déjenme presentar esta última parte de un modo matemático:
1 persona segura de lo que desea + 1 persona segura de lo que desea y que además desea algo similar que la primera = relación bien prospectada (se los digo por experiencia propia)
1 persona segura de lo que desea + 1 persona segura de lo que desea que no se parece a lo que la primera desea = decepción asegurada
1 persona segura de lo que desea + 1 persona que no sabe lo que desea, aunque dice desear lo mismo que la primera = un riesgo innecesario
1 persona que no sabe lo que desea + 1 persona que no sabe lo que desea = no le apostaría ni un billete de Monopoly.
Termino con una confesión personal: yo nunca en mi vida he sentido que corro el riesgo de terminar solo mis últimos días. Algunas veces pienso que ese miedo es algo que aparece mayormente instalado en las mujeres. Déjenme pensar cómo abarcar esto que sí me parece fundamental -tan fundamental como lo que hoy les compartí-, ya que una gran fuente de ansiedad proviene de este miedo… un poco irracional y aún así, posible.
Como podrán ver, los #EnredosAmorosos, desafortunadamente, no están en peligro de extinción… ni los «Steves» tampoco, les doy mi palabra.
Allan Fernández, Orientador filosófico, investigador y terapeuta / Podés seguirme a través de Instagram, Facebook , suscribirte a “Rumiaciones“ (mi boletín quincenal) y/o visitar mi página profesional.