Tiempo de lectura estimado: 15 minuto(s)
«El insomnio será el síntoma predominante del siglo XXI«, nos compartió una colega argentina -muy reconocida- hace un poco más de 2 décadas. En su momento me pareció arriesgado ser tan contundente. Hoy debo reconocer que tenía razón. Sin embargo, no es el único síntoma «de moda». Desafortunadamente la paleta de opciones se ha expandido: tendencias suicidas, conductas autodestructivas, adicciones, ansiedad, etc.
Existen fórmulas para asegurarse el no conciliar el sueño por la noche. Créanme. Son infalibles. Si alguien, no tengo idea por qué, desea experimentar los nocivos efectos de la privación del dormir, puede echar mano de alguno de los «tips» que ofrezco en «Fórmula para NO dormir». Pero hoy no me voy a concentrar en el insomnio, sino en una de las causas principales de dicho síntoma: el estrés.
Hace algunos meses ofrecí un primer acercamiento a tan fundamental tópico: «El problema no es la ansiedad, sino el estrés». Pueden revisarlo, ya que voy a continuar con esa línea argumentativa.
Las deudas, el tráfico, el porvenir, el tiempo «perdido», el amor, la política, la muerte, el más allá, los extraterrestres, los terremotos, el clima, la educación, el ahorro, la salud física, el reconocimiento, el éxito, la validación, la existencia de una inteligencia organizadora del universo, la corrupción, la igualdad, la señal de internet, la visa norteamericana, el gluten, la ecología, la calidad del shampoo, la calidad de nuestras relaciones, la cantidad de «likes» obtenidos, la tolerancia a la familia de origen, la lotería, el futbol, la infidelidad, la diabetes, la suavidad del colchón, los frenos de nuestro vehículo, el cáncer, la planeación de las vacaciones, etc. Todos potenciales estresores (estímulo capaz de desencadenar la reacción que llamamos estrés). Algunos no nos parecen estresantes, en la medida que nuestra vida no se relaciona directamente con cierto tipo de eventos y situaciones. La premura de ser mamá, experimentada por una mujer de 39 años es algo incomprensible para un hombre. Incluso puede llegar a ser incomprensible para otras mujeres de la misma edad. Sufrir por no poder descollar en el ambiente laboral no es una reacción natural. Quiero decir que eso no lo encontramos en la naturaleza. Es algo socialmente instalado. El ser mamá, a diferencia del ejemplo del rendimiento laboral, puede estar siendo motivado tanto por presiones internas (edad biológica) como por estímulos externos (sentir que la maternidad aporta algún nivel de realización o la presión experimentada al reconocer que las pares a su alrededor sí cuentan con las condiciones necesarias para alcanzar dicho objetivo).
El ser humano, a diferencia de nuestros antepasados primates, puede ser estresado por dos vías: la natural y la social. El animal, en su ambiente natural, no se preocupa por su muerte y menos aún por la marca que habrá dejado en el resto del clan al que pertenece. Cada vez que siente la presencia de un potencial enemigo, es realmente conducido por una serie de reacciones que buscan un único objetivo: no morir. Una vez a salvo, la reacción estresante desaparece. Piénsenlo como un interruptor. Se enciende cuando corre peligro y se apaga, ya sea cuando se libra del peligro o cuando muere. En el ser humano, desafortunadamente, algo se dañó en nuestro interior: el interruptor siempre anda en modo «on».
El estrés mata. No directamente, pero prepara las condiciones para que algo acabe con el organismo perennemente estresado. Cuando un animal corre peligro, el resto de sus sistemas internos se detiene, ya que todo su aparato instintual debe concentrarse en salir del peligro. Para un jabalí perseguido por un felino de mayor tamaño en la Amazonia, su sistema reproductivo se desconecta: no se puede pensar en copular y salvarse al mismo tiempo. Su sistema regenerativo también se paraliza: el cuerpo no puede encargarse de restituir tejidos y al mismo tiempo poner el sistema nervioso en modo alerta. Pero existe otro esencial sistema que también se desconecta: el sistema inmunológico. Ya entenderán por qué la gente estresada pasa constantemente enferma físicamente: se resfrían más, cuentan con más problemas gastrointestinales, sufren más de pérdida de libido, etc. Como podrán ver, vivir estresados no es ninguna ganga.
La persona estresada, por cuestiones que no podría compartir hoy (ya que esto se volvería una tesina) empieza a transformarse en un ser asustadizo, fatalista e hipocondríaco. El menor bulto en su pie es señal inequívoca de algún cáncer alojado. La tercera vez que tose presagia un problema laringológico de fatales consecuencias. El malestar propio que se consigue al desmedirse con los alimentos anuncian la presencia de alguna patología gastrointestinal virtualmente incurable. Vivir, de ese modo, no puede ser vida.
Somos seres integrales. Poseemos un cuerpo, una mente y un entorno en el que nos desenvolvemos. Dicho entorno a su vez se conforma de diversos ecosistemas: familia de origen, hogar, barrio, trabajo, gimnasio, universidad, iglesia, distrito, cantón, provincia, país, etc. Basta con que uno de estos ámbitos esté generando un monto de estrés constante y con toda certeza les puedo asegurar que el resto de sus espacios, tarde o temprano, va a empezar a verse afectado por esa irrupción primera del estrés.
¿Cómo nos curamos del estrés? Con mucha paciencia. No cayendo presos de los slogans de éxito social, entendiendo que requerimos tiempo de ocio en nuestras vidas, librándonos de una vez por todas de todos aquellos grupos sociales patógenos (exista consanguinidad o no), buscando ambientes laborales y relaciones sentimentales sanas, aprendiendo a estar tanto como podamos en el presente, soltando el pasado, pensando un poco menos en el futuro… respirando. Al fin y al cabo, todos, creamos o no creamos, llegaremos a ese día en que no respiraremos mas. Ojalá ese momento nos encuentre de algún modo realizados con nuestra actuación existencial. Morir, luego de haber vivido una vida de constante estrés, no me parece un proyecto atractivo.
P.d.: no todo estrés es malo. A la cantidad adecuada de estrés solemos llamarle motivación.
Allan Fernández, Psicoanalista y Asesor Filosófico / Si querés sostener una consulta individual para profundizar en esto, podés contactarme a través de este enlace. También podes seguirme a través de Facebook, Instagram, suscribirte a mi boletín y/o visitar mi página profesional.
La imagen de esta entrega fue realizada por la artista polaca Joanna Sokolowska y lleva por nombre «Emociones, serie 9».