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La vida, para este que escribe, es lo que nos sucede. La vida es ya, es esto. Yo digitando, usted intentando poner atención. Poco importa lo que habríamos deseado que fuera este momento. Realmente no tiene importancia alguna. Nos está sucediendo lo que nos está sucediendo y punto. Todo lo que no está sucediendo no existe. Podría suceder en el futuro, podría no suceder. Existían cientos de posibles escenas y por alguna razón se cristalizó esta. Todas las escenas que no se están dando, pasan a engrosar el inmenso inventario de nuestras fantasías. La realidad es. La fantasía no.
Con el pasado sucede algo similar. El pasado no es. Fue, pero ya no es. Cada escena en la que participamos, sea que hayamos conseguido nuestro objetivo o no, se encuentran relegadas al cajón interminable de nuestra memoria. Algunas las recordamos. Otras simplemente las reprimimos. En caso que deseemos re-vivir lo vivido, por más esfuerzo que imprimamos, no lograremos más que una versión de aquello que un día sucedió. «Todo recuerdo es encubridor«, nos enseñó el doctor Freud: nunca se recuerda todo. A lo sumo creamos una versión de lo vivido. De lo que hoy se encuentra en nuestra memoria, no hay modo de accesar el 100%. El recuerdo es una versión, una edición.
Entonces, si estamos ametrallados de dulzonas propuestas sobre la importancia de vivir en el aquí y en el ahora (el «carpe diem» que estoy seguro millones se han tatuado), ¿por qué encontramos a tantas personas atribuladas por su historia? ¿Será acaso que compartir un meme con algún buda en el fondo y una flor de loto en una esquina no genera efectos curativos? Pues no, claro que no. Una imagen encontrada en redes sociales difícilmente generará la tranquilidad que tanto anhelamos. Entonces, ¿qué hacemos?
Intento convencer a mis consultantes -y a mí mismo, todos los días- sobre la importancia de mantenernos en lo que está pasando actualmente. Estar atentos, «being mindful» como dicen los angloparlantes. Pero claro, recordárselos -y recordármelo- es tan curativo como compartir memes con muchachas meditando frente a un lago. Allí es donde tenemos que acordar estrategias…
¿Cómo logra el humano sentir culpa? Fácil, ¿verdad? Solo necesitamos volcar nuestra mirada y atención al pasado, buscar algún evento en que -según nosotros- tendríamos que haber hecho algo diferente y listo. Ya con estos ingredientes estamos listos para arruinarnos, sino el día, al menos una buena parte del mismo. En algunos surgirá el arrepentimiento, habrán otros que serán presa de un ataque de ansiedad y hasta puede que nos encontremos a los que empezarán a diseñar cuáles tendrían que haber sido en realidad las decisiones o actos correctos. De las tres reacciones anteriormente enumeradas, poco se obtendrá en términos de liberación. Pero, por si fuera poco, los invito a observar otro problema colateral: la mente de esas personas se encuentra en el pasado. O sea, se salieron del presente. Permitieron que su atención intercambiara «la vida» con «lo vivido». Muy mal negocio en términos psíquicos.
¿Se beneficia alguien de que sintamos culpa por nuestras actuaciones pretéritas? No lo creo. ¿Logramos modificar el pasado si nos entregamos a la más cruenta autoflagelación? En lo absoluto. ¿Logran nuestros ataques de ansiedad mejorar nuestra relación con nuestra historia? Para nada. Entonces, ¿cómo liberarnos de esas piedras que andamos cargando en nuestra mochila interna?
Si mi libertad sólo será conseguida en la medida que el ofendido me libere al momento de perdonarme, puesto en modo coloquial, «estamos jodidos«. Dependeremos de otro para alcanzar el balance necesario gracias al cual dejar el pasado en el pasado. Estaríamos a expensas de. Entiéndase, adoptaríamos una posición pasiva en la escena. El perdón y por ende la liberación, al provenir del otro, lo convierte en el sujeto que gobierna la situación. Al perdonar -o no- se atribuye un poder que supuestamente obtuvo en el momento que fallé. Se crea una relación no horizontal.
La estrategia más eficiente, al menos en mi experiencia clínica, requiere de una serie de ejercicios basados en un principio psíquico muy básico: no duele lo recordado. Lo que genera el malestar es lo que inyectamos al recuerdo. El dolor, puesto de este modo, no proviene de la memoria, sino de la valoración actual respecto a lo otrora vivido. Por eso es que no trabajamos tanto con el recuerdo como sí con las emociones generadas. Yo podría explicárselos más a detalle, pero quizás no es este el espacio. Existen diversos modos de perseguir este estado de bienestar. Tengo años de venir hablando sobre ellos…
El auto-perdón es un proceso psíquico que poco requiere de creencias -o personajes- sobrenaturales. Es una cuestión de trabajo mental. Solo así he logrado acompañar a tantas personas cuyo pasado no les permitía instalarse en el presente.
Allan Fernández, orientador filosófico / Podés seguirme a través de Instagram y Facebook o suscribirte a mi boletín semanal.
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