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El -no- contar con pareja en estos momentos se volvió un síntoma, una fuente de malestar. Tal pareciera como si ese otro -el que requerimos pa’ las fotos de nuestras redes-, por una especie de medidor social, determinará quiénes van ganando y quiénes no. Del “ser o no ser” shakespereano al “emparejado o solo”. Esa es la nueva cuestión…
Podríamos pensar que dicho “problema” es mayormente padecido por mujeres. Clínicamente tendría que darles la razón a los que así piensen, siempre y cuando tengamos presente que a los servicios de salud -la mental incluida- asisten muchas más mujeres que hombres. Es un asunto antropológico y social: al hombre promedio no le enseñaron a pedir ayuda. Sin embargo, he recibido a un buen número de hombres preguntándose -preguntándome- por qué aún no aparece la indicada. Antes pensaba que todos y todas la encontrarían tarde o temprano. Hoy sé que no tod@s tendrán esa suerte. También sé que a algun@s les convendría más no encontrar a ciert@s prospect@s. Sobre las incomodidades propias del universo de las emparejadas, cuento con un blog completo: Enredos Amorosos.
Hace un par de años leí un libro fascinante, escrito por una doctora en matemáticas. Una joven inglesa de nombre Hannah Fry. Su texto “Las Matemáticas del Amor” me dio más claves clínicas que varios tratados de psicología. Su amigable estilo de escritura nos permite, a los legos en matemáticas, comprender sus tesis, al tiempo que reímos -y nos preocupamos- a lo largo de su texto.

En uno de los capítulos de dicho texto, la Dra. Fry propone una posible explicación del por qué observamos tantas mujeres aparentemente aptas pa’ la emparejada, y aún así aún solteras. De aquí en adelante nos vamos a acercar a un tópico que espero sea tomado como una fuente de reflexión. Si usted no está de acuerdo está en todo su derecho. Quizás sus condiciones no son similares a las que Hannah plantea y eso está perfecto. Así que, antes de proyectarse violentamente contra este ensayo, pregúntese por qué le molesta tanto algo si no tiene relación con usted. Prosigo entonces.
“Esperen un momento”, escribe Hannah. “¿Por qué mis amigas y yo, mujeres exitosas, independientes económicamente, debidamente educadas y profesionales, conscientes de nuestra salud física y mental -e incluso provenientes de matrimonios estables- no encontramos un grupo proporcional de tipos con características similares?”. ¿Dónde se encuentra mi “par”, el hombre pleno, económicamente inteligente, bien formado académica y moralmente, cuidadoso de su salud integral y proveniente de una familia no demasiado disfuncional?”. Su respuesta: es un problema psicosocial. La mujer, gracias a su empeño y tesón ha logrado forjarse un lugar de relativa equidad respecto a los hombres. Sin embargo, a nivel mental -algunos dirían inconsciente- hay algo que la mujer actual aún no se permite: sentir que tiene derecho a elegir con quién desea intentar la compleja danza de la emparejada y posible convivencia. ¿Se entiende? La mujer actual, quizás no a nivel discursivo pero sin duda a nivel emocional, continúa esperando que aquel de sus fantasías, el que le enseñaron a desear, aparezca por allí, luego de buscarla por años y de una sola vez, justo al divisarla, del modo más romántico posible, le comunique que la espera ha terminado. Pareciera, si observamos a esta sobre lo que hoy escribo, que dicha fémina cuenta con la seguridad para decidir con quién, cómo y cuándo estar. Pero no. Sus repetidos desencuentros amorosos nos enseñan algo más: al no tener la seguridad para elegir, no le queda mas que conformarse con los que la eligieron a ella. Y parece que todos aquellos no buscaban lo que ella desea conseguir. Y no es que desee algo demasiado exótico. Con un compañero confiable y equilibrado pareciera suficiente.
Matemáticamente hablando, asegurará la Dra. Fry, les termina yendo mucho mejor a los que eligen que a los que no les quedo más que ser elegidos. De la lista de oferentes, si los participantes no son propiamente lo esperado, no quedará más que elegir al más parecido… entiéndase: al que no es. El riesgo es inevitable. Es solo que evadir la responsabilidad de elegir aumenta dicho riesgo.
Si Hannah tuviera razón -yo al menos considero su tesis muy sugerente-, tendremos que seguir trabajando en criar mujeres realmente emancipadas, seguras de sí mismas, desprovistas del fantasma de los problemas de autoestima, convencidas de ser merecedoras de contar con alguien cuyo discurso y actos coincidan, inmunizadas de los embates de la ansiedad producto del miedo a la soledad. Mujeres libres, emparejadas o no.
Inicio con este escrito una nueva temporada de escritos relativos a las relaciones, esta vez poniendo el acento más en cómo no enredarse o al menos cómo predecir dichos enredos. Ya me contarán si aquello que iniciamos en el 2016 sigue vivo…
Allan Fernández, Psicoterapeuta / Facebook
Un aporte muy interesante. Muchas gracias por la información. Reciba un cordial saludo.
Con mucho gusto. Gracias por tomarse el tiempo. Saludos.