Tiempo de lectura estimado: 9 minuto(s)
La psicología, en tanto saber científico, intenta aportar herramientas y reflexiones con las cuales ayudar a la sociedad a estar mejor. La sociedad, lo habrán ustedes notado, no está particularmente bien en estos días. Tampoco sé si antes estuvo mejor. Lo que sí se es que urge un cambio de conciencia respecto a lo que entendemos por «bienestar».
Espero que ningún colega se ofenda, pero la psicología, tal como la entendemos desde el siglo pasado, es un invento de la misma sociedad. Quiero decir que en una sociedad en la que todos sus miembros se encontrasen bien y equilibrados, es probable que no fuese necesario contar con nuestra profesión. El éxito de la psicología devendría su propia extinción. Si alguna vez logramos que todos estemos bien, ya no tendrá sentido seguir ejerciendo. Nota: a todos los jóvenes colegas que lean esto, no se preocupen. Eso no va a suceder pronto.
De vez en cuando se cuelan conceptos propios de nuestro gremio hacia el conglomerado social. «Histeria», «depresión», «trauma» y «fobia» muy probablemente no significan lo que el lego cree. Lo mismo me parece que sucede con la famosa «autoestima». Como bien dice un autor que respeto mucho, hace 30 años nadie hablaba de los problemas de autoestima. Tal parece como si esta «epidemia» se hubiese activado hace relativamente poco. Yo creo que no escuché el término hasta empezar mi práctica, hace ya casi veinte años.
¿Cuál es mi problema con la autoestima? Fácil. Las personas que creen padecer de dicha carencia, suelen llegar a este auto-diagnóstico por comparación. Quiero decir que la persona que no ha conseguido trabajo, cree que los que sí lo tienen lo lograron gracias a su alta autoestima. Igual sucede con las personas que no han logrado cristalizar un proyecto de pareja y/o familia. No dudo que existan personas que expliquen con su baja autoestima el poco movimiento que generan en redes sociales. Y podría continuar ejemplificando, pero no le veo el sentido.
Sostengo que el que se preocupa demasiado por su baja autoestima le pone demasiada atención a los que lo rodean. No digo que no nos interese lo que otros piensen de nosotros (yo por ejemplo les agradezco mucho que estén leyendo esto). Lo que intento plantear es que podría estar evaluándome de un modo incorrecto. Permítanme proponer una situación hipotética: si alguien les ofreciese una pastilla diseñada para aumentar su autoestima, ¿para qué la tomarían? Aja! Vieron!!! Desean más autoestima para que los otros lo perciban. Aquí la frase de Sartre cobra total sentido: «el infierno son los otros«.
No considero que debamos ponerle tanta atención a dicho «problema». Concentrémonos mejor en cimentar nuestra auto-compasión, a tratarnos de un modo más humano. Aprendamos a tratarnos con amabilidad («loving-kindness» como dicen algunos autores del budismo). A aceptarnos. Esa es la meta, me parece a mí.
El aceptarnos será una tarea que nos mantendrá ocupados toda nuestra existencia. Requiere de reconocer que merecemos estar bien, que hemos decidido de una vez por todas impedir que los otros regulen nuestra relación con nosotros mismos y, sobre todo, que estamos convencidos que el valor intrínseco de nuestra existencia no requiere ajustes ni aumentos. Somos muchísimo más que un concepto psicológico. Somos.
Si continuamos pensando que tenemos problemas de autoestima, seguiremos programándonos mentalmente para actuar en concordancia. Recuerden que nuestra mente toma lo que pensamos de nosotros mismos y lo convierte en realidad. Somos, en mucho, lo que pensamos. No deberíamos intentar ser lo que otros piensan que debemos ser.
Aprendamos a conocernos y hallaremos lo que andamos buscando. Humanicémonos!!!
Allan Fernández, orientador filosófico / Podés seguirme a través de Instagram y Facebook o suscribirte a mi boletín semanal.