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Recuerdo la anécdota de algún maestro de budismo que relató lo que sintió cuando supo que su madre había muerto. Confesó no haber sentido nunca algo tan sobrecogedor, tan invasivo, tan intenso. Dicha emoción le acompañó varios días. En algunos momentos parecía que estaba disminuyendo. Luego se incrementaba. Un día tuvo la capacidad de aceptar la realidad. Dejó de luchar con la tristeza. Reconoció que experimentarla no estaba mal. Finalizó su anécdota con una broma: «luego recordé que nosotros creemos en la reencarnación. En realidad no sé por qué no lo recordé antes«.
Eso arriba descrito es el atravesamiento de un duelo. El proceso por medio del cual nos alejamos de un objeto protagónico en nuestro universo personal. No para todos son los mismos objetos. Para algunos será la mascota, para otros la belleza física. Encontraremos los que sufren por su divorcio y los que sufren por su soltería. Algunos no superan no haber recibido la visa y otros el no poder volver a su país de origen. Están los que sienten malestar por la sensación de libertad perdida y los que se recriminan decisiones que, según ellos, podían no ser tomadas. Como podrán ver, el duelo es directamente proporcional al valor que solíamos darle a eso/ese que ya no se encuentra con nosotros.
La tristeza es tan normal como la alegría. Las dos forman parte de la paleta de emociones humanas, entre las que se encuentran la ansiedad, la ira, el aburrimiento, la compasión, el miedo, el deseo sexual, etc. La tristeza es la reacción esperada ante algún estímulo doloroso. No es una enfermedad psicológica. No hay pastilla contra dicha reacción. El sistema nervioso elige la tristeza como modo de canalizar un incremento de displacer. Esta dará paso a diferentes estadios hasta llegar a la calma, a la aceptación.
La depresión no es eso. Andar «depre» se volvió una muletilla tan pero tan común, que ya no sabemos bien qué estamos queriendo decir. Existe, es real. Es el producto de un desequilibrio relacionado al sistema nervioso -de ahí que se confunda con la tristeza-. Puede estar acompañada de tristeza… o no. ¿De casualidad recuerdan en sus clases de matemática la parte de los ángulos de elevación y depresión? ¿Cómo? ¿No recuerdan ese periodo tan alegre de nuestra adolescencia, en que nos enseñaban toda esa cantidad de información que continúa sin servir para nada? Voy a dibujarles uno:
Algo que se depresiona es algo que se encuentra más abajo respecto a una línea base. Algo que cayó. La persona deprimida siente haber caído, siente encontrarse en un hoyo, en un sitio oscuro. Ve a los demás pero no siente tener la fuerza para alcanzar el nivel en que observa al resto de los que le rodean. Dicho en coloquial, «tocó fondo». En la depresión, mucho más común que la tristeza es la falta de empuje, la apatía, el sinsentido. Es un cansancio existencial. En momentos graves de dicho trastorno, se llega a pensar que no hay salida a dicha condición, de ahí que pueda activarse la fantasía del suicidio.
Estar triste no está mal. Estar deprimido es otra cosa muy diferente. Al perderse la energía, el deseo, la pasión, la vida empieza a perder color, aroma, textura. Y, como consecuencia de lo anterior, perdemos el rumbo. Olvidamos nuestra misión. Nos volvemos cínicos y fatalistas.
Andar «depre» podría no ser nada. ESTAR DEPRE no es lo mismo. Y si no hacemos algo al respecto, estaremos aceptando y asumiendo que el lugar en el que nos encontramos es el lugar que merecemos.
Sea este un muy humilde homenaje a los que reconocen este estado y lo superaron, a los que están luchando contra él y a los que quizás no terminan de entender lo que le sucede a alguien cercano.
Allan Fernández, Psicoanalista y Asesor Filosófico / Si querés sostener una consulta individual para profundizar en esto, podés contactarme a través de este enlace. También podes seguirme a través de Facebook, Instagram, suscribirte a mi boletín y/o visitar mi página profesional.