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Una vez más nos acercamos a Halloween y sus controversias. Todos los años sucede lo mismo. Que si afecta las mentes de nuestros niños… que si los vuelve satánicos… que si es pecado disfrazarse de teletubbie, etc. Yo ya di mi opinión al respecto, así que si desean conocerla, solo deben leer «¿Qué efecto produce Halloween en nuestros niños?«. Hoy ingresé a hablar de otro fenómeno, uno psíquico, el cual (nos) sucede a todos, nos guste disfrazarnos o no.

«El hombre, por naturaleza, desea saber«, afirmaba Aristóteles. Somos realmente malos sintiendo que suceden cosas que no comprendemos. Nos cuesta mucho irnos a la cama cuando en el día (nos) sucedió algo que no se mostró transparente, fácil de interpretar. En mi país diríamos que «nos cuesta quedarnos con el clavo».
El psicoanálisis diseñó un concepto muy útil, si es que deseamos entender por qué nos genera tanto malestar lidiar con la incertidumbre, con lo no sabido. Lo llamaron «producción fantasmática» o, «fantasma», para ahorrar letras.
Para no atarearlos con explicaciones innecesariamente sofisticadas, les planteo una escena harto cotidiana en la vida de todos nosotros: recibir un mensaje de texto. Cualquiera pensaría que el mensaje enviado por el emisor será correctamente comprendido por el receptor. Pero eso casi nunca es así. Interpretamos automáticamente. Ponemos y quitamos, tanto sentidos como acentos en lo que recibimos, intentando descifrar aquello que el otro intenta comunicarnos. Sobre esta confusión inherente al lenguaje humano también me pronuncié hace muchos años: «Una cosa es lo que decís… otra lo que yo entiendo«.
Comunicarse no es fácil y, además, contamos con un problema adicional -imposible de solventar-: no todo se puede convertir a palabras. Algunas experiencias (sobre todo subjetivas) se resisten a ser transformadas en lenguaje humano. ¿Cómo explicar el amor, la ansiedad, el miedo a la muerte, la fe, el deseo, la ira? ¿Cómo le imprimo a un conjunto de letras la emoción que experimento? Lo habrán notado. Siempre, sin importar qué tan buenos seamos comunicándonos, terminamos experimentando frustración, ya que, aún y cuando el otro asegure comprendernos, sabemos que no pudimos expresar a cabalidad lo que deseábamos compartir.
Entonces, podemos asegurar al menos tres cosas:
- el emisor estaba seguro de lo que deseaba transmitir
- las palabras no son muy buenas abarcando el sentido total de las cosas
- el receptor va a intentar comprender aquello que el emisor no pudo explicar, utilizando una vía no muy segura (el lenguaje).
El fantasma (en realidad no es uno solo, pero tomaré uno como ejemplo) es esa voz interna que nos asegura reconocer en el mensaje las intenciones del emisor. Es una especie de traductor de intenciones. Y, para colmo de males, interpreta con total certeza, con total contundencia (lo cual no es cierto, pero así se presenta). Cuando yo leo en el mensaje cierto menosprecio por parte del emisor, fue el fantasma el que me aseguró que esa persona en realidad no me trata como merezco. El fantasma es una especie de «coach» psíquico, que casi siempre busca crear drama. Cuando alguien me dirige una mirada, será el fantasma el que me asegure que esa persona se siente atraída por mí, o me tiene envidia, o temor, o repulsión… o simplemente intenta ignorarme. Ese email que nos amargó toda una mañana, bien podría ser más culpa de nuestros fantasmas que del correo mismo.
Nuestra mente, bien asegura el Dr. Courtland Dahl, neurocientífico del «Center for Healthy Minds», es un aparato que inventa historias. Pasa en eso todo el día, todos los días (y por las noches también, ya que los sueños son historias personales también). Entonces, el problema no es que nos cuente historias. Es que por lo general dichas historias están cargadas de información innecesaria y sin ninguna conexión con lo sucedido. Se habrán dado cuenta que muchas de las novelas que se han armado en sus mentes no resultan ni siquiera cercanas a lo que en realidad sucedió (algunas veces sí). Confundimos a nuestro fantasma con la intuición, descuidando un aspecto -psíquico- fundamental: nuestro fantasma se alimenta de nuestra historia, de nuestros miedos, de nuestras inseguridades, de nuestro pesimismo.

No contar con explicaciones respecto a lo que nos acontece nos sumiría en la más oscura locura. Necesitamos contar con al menos alguna hipótesis, si es que no queremos padecer de insomnios o ansiedades. El problema es que el fantasma, nuestro fantasma, en su deseo de tranquilizarnos, nos deja en peor estado. Tomen el ejemplo de los celos, sean estos producto de vivencias pasadas o de la pura paranoia propia: sentir celos es un claro ejemplo de una historia mental que nos asegura que esa persona amada no está siéndonos totalmente honesta. Sin embargo, podemos ver señales donde no las hay. Recuerden: el fantasma es un collage hecho de miedos e inseguridades.
¿Se puede uno curar de los fantasmas? Sí y no. «Curar» es una palabra muy grande y el psicoanálisis no se siente cómodo hablando de enfermedades. Será mejor decir que nuestro trabajo, si queremos vivir más libremente, con menos pesos mentales, es reconocer nuestros fantasmas e intentar no alimentarlos. Los fantasmas mueren de hambre, cuando decidimos dejar de ponerles atención. Y no, no es fácil, pero es totalmente necesario. Jacques Lacan, el propulsor de este concepto, alguna vez dijo que el propósito del psicoanálisis es ayudarnos a atravesar nuestros fantasmas. Atravesarlos es conocerlos y aprender a ignorarlos. Las intenciones de nuestros fantasmas pueden ser loables. Sus resultados son nefastos.
No podemos prescindir de nuestros fantasmas, eso es claro. Para todo necesitamos una explicación. Al revisar nuestra vida (consejo del gran Sócrates), aprenderemos a discriminar las hipótesis valiosas de las innecesarias. Una persona habitada por muchos fantasmas es lo que llamamos un neurótico.
En el argot popular se asegura que los fantasmas -los de las leyendas- cumplen al menos dos funciones: asustarnos o comunicarnos algo valioso. Los fantasmas psíquicos se parecen a los de las historias, con la única diferencia de que a quienes asustamos -espantamos, alejamos, aterramos- con nuestros fantasmas es a las personas que nos rodean. Y claro que intentan comunicarnos algo: nos recuerdan que aún no hemos realizado la tarea más urgente, para todo aquel que desee vivir en paz: auto-conocernos.

Allan Fernández, Máster en Psicoanálisis / Si querés sostener una consulta individual para profundizar en esto, podés contactarme a través de este enlace. También podes seguirme a través de Facebook, Instagram y/o visitar mi página profesional.
Fotografía principal de Elīna Arāja tomada de Pexels