Una lección de mi hija

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Con los años, sin pensarlo, me he vuelto más «hippie». Como bien me recordó/reclamó hace algún tiempo un querido ex-alumno de facultad: «profe, usted se convirtió en el que criticaba en sus cursos«. Totalmente. Hoy represento, en buena medida, mucho de lo que en aquellos años consideraba digno de ser criticado. En mi defensa diré que así somos de jóvenes: hablamos -y hasta opinamos- sobre aquello que en realidad no conocemos. No es que ahora conozca más. Es que me cuido un poquito más al opinar.

Este año decidí vender mi carro. Lo consulté con mi padre y con mi esposa y coincidimos en que contar con un carro, dadas mis condiciones actuales, no era más que «chinear» una deuda bancaria, producto de un objeto que pierde valor aceleradamente. Trabajo a 10 minutos de mi consultorio. Mi esposa cuenta con su carro propio y honestamente he perdido todo interés en malgastar mi vida en interminables embotellamientos tráficos. Además no soy tan social como para hacer «carpooling», lo cual me colocó frente a una decisión aparentemente lógica. Lo puse a la venta y en menos de un mes ya lo había traspasado. Hoy en día, me voy a dormir con un chunche y una deuda menos.

Lo que más me impresionó de toda esta anécdota fue la reacción de mi hija. Ella me pidió expresamente que no nos deshiciéramos del carro sin antes tomarnos una foto con «carrito». Nuestro carro anterior no quedó registrado en nuestro álbum de fotos y ella lo consideraba imperdonable. Pues bien, el último día le pedí que se colocara a la par del susodicho objeto, para así «inmortalizar» dicho momento. Ella se bajó, se abrazó a una parte del carro y empezó a llorar como pocas veces la he visto. Yo quedé en shock. No solo no fotografiamos nada, sino que me dejó internamente magullado. ¿Por qué esa reacción?. Luego de dejarla en su escuela, llamé a mi esposa, con el único deseo de contarle esto a alguien. Estaba perplejo.

Algunos quizás no lo sepan, pero mi primera investigación en psicología, en realidad terminó resultando más filosófica de lo planeado. En ese entonces era todo un defensor del posmodernismo, una especie de cínico. Si todo era consumismo, nosotros también éramos objetos de consumo, probablemente en proceso de consumación. Quise denunciar las dinámicas sociales contemporáneas, no del modo en que lo hacen las teorías conspiratorias, sino echando mano de diversos autores, procedentes de distintos campos del saber. Utilicé psicólogos sociales, psicoanalistas, filósofos, sociólogos y hasta estadistas. Al día de hoy siento que es lo mejor que he escrito.

En todo caso, como bien me confesó mi lector de tesis, hace muchos años: «dime qué te interesa y te diré de qué padeces«. Es probable que venga observando una lucha interior entre el Allan que quiere consumir objetos del mercado y el otro, el hippie, el que se quiere liberar. Ese que asegura que entre menos tengás, menos tendrás que cuidar. Solemos enseñarle a nuestra hija a darle más valor a las experiencias que a las cosas. Y no estoy diciendo que no apreciemos las cosas bonitas. Para nada. Disfruto muchísimo mis pertenencias. Es solo que estoy tratando de que no me definan, pero sobretodo que no se conviertan en necesarias. Lo del carro fue un ejercicio de desapego. Agridulce, eso sí. Fue una liberación con cierta dosis de tristeza. Ese día constaté que las programaciones sociales son mucho más fuertes que la razón. Hoy, un par de meses luego de sucedido, me divierto tremendamente conversando con los muchachos de Uber que he conocido. ¡Que lindo endilgarle a otro la responsabilidad de preocuparse por el tráfico, por la ruta y por el volante! Cumplo varios propósitos: no gasto tanto, no me estreso, socializo un poco y le demuestro a mi hija que la felicidad no se encuentra en nada externo.

Somos parte de un sistema. Es innegable. Ante la premisa de los que piensan que requerimos de su sostenimiento, tengo mis dudas. Por el momento seguiré actuando mi rol, recordando siempre que es una actuación, que no tiene por qué definirme. Consumir es un hábito. Los vicios no son más que programaciones dañinas. De eso trataba mi tesis. Fue eso justo lo que intenté denunciar (no entiendo por qué necesité 200 páginas para decir algo tan simple): satanizamos a los que consumen drogas y no somos más que sus espejos: consumimos -nosotros aparatos, ellos sustancias-, entregamos nuestra libertad -nosotros al banco, ellos a la droga-, creemos no tener un problema… igual que ellos y ellas. Nos autoengañamos con tanta facilidad como el adicto. Es que somos adictos al qué dirán, a las deudas, al deseo de calzar, de ser reconocidos y lo perseguimos a toda costa, aunque tengamos que empeñar nuestro ser.

Allan Fernández, Psicólogo Clínico / Facebook / el otro blog

3 comentarios

  1. Barbara

    Me encantó! Coincido totalmente y definitivamente vivo en esa dualidad de la que ud hablaba y no es facil vivir en el medio. Hay personas que estan totalmente del lado del consumismo (y bien por ellos) y he conocido otras mas del lado del desapego (bien por ellos tambien) , yo vivo en el medio teniendo conciencia de cada uno de mis actos.

  2. Rosaura Gómez

    Wow. Buenísimo, como siempre: el escrito, el relato y el aprendizaje. No es para menos. Ir contra corriente es eso, ir contra corriente. No es fácil, pero la satisfacción de vivir bajo los propios preceptos no tiene comparación y es pocas veces lograble. Mi papá solía decir que uno casi nunca podía vivir bajo las propias reglas, que uno siempre termina siendo parte de un grupo. En este caso, sos parte del grupo que anda en Uber, mañana del que anda en bus, así. Siempre estamos supeditados a una especie de fuerza mayor. Ya lo que le queda a uno es escoger a cuál fuerza… pero siempre hay algo.

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