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Iniciaré con algo que (me) repito frecuentemente: el caos es parte de la vida. No es una enfermedad, no es una tarea a resolver, no es un estado a superar. El caos (y todo lo que conlleva) no es -siempre- el resultado de nuestras malas decisiones. Es un aspecto inherente a la experiencia misma. Es una de las dos caras de la realidad (aparentemente la inicial, la primigenia, según varias leyendas). Provenimos del caos, somos del caos, por ende, seremos caóticos. Mutamos, nos movemos. «En el inicio«, parafraseando el mito judeocristiano, «no es el Logos. Es el Caos«.
Sí. La realidad tiene dos caras (en realidad todo tiene dos caras). Yin y Yang. Eros y Tánatos. Potencia y acto. Nacimiento y muerte. Deseo y deber. Nosotros mismos contamos con dos caras o aspectos internos: una parte la mostramos, otra la ocultamos. Hay una que nosotros conocemos. Hay otra que no conocemos. La fantasía de transparencia es eso, una fantasía. Todos andamos cargando una sombra, nos guste o no. Dejarla oculta, no tocarla, no conocerla es, sin duda, una opción posible. De hecho es la elección de la amplia mayoría. Ir hacia la sombra, hacia nuestro lado oscuro, no es tarea sencilla…
Esto del caos lo traigo a colación ya que, si logran recordarlo, fue en mucho lo que marcó nuestro paso por la adolescencia (cuidado con confundir o relacionar «adolescencia» con el verbo «adolecer», que claramente no significan lo mismo). La adolescencia era caótica. Es caótica, tanto para el que la vive como para los que le rodean. Nada tiene mucho sentido. Todo se vive como gobernado por fuerzas que no conocemos. Nos sentimos llevados, arrastrados. La libertad no aparece por ningún lado. Son otros (la familia, la educación, la fe, el sistema social) los que, de un modo que fácilmente nos llevaba al hartazgo, dictan el ritmo de nuestros pasos y la dirección a seguir. En síntesis: el orden, al ser impuesto, se siente como algo a evitar. El caos no quiere saber nada de orden. Es su enemigo, su némesis. Quizás por eso los adolescentes funcionan como chivos expiatorios… toda esa rebeldía, todo ese descontrol, todas esas emociones desordenadas, todo ese CAOS molestan el orden social. Resulta lógico: un sistema no es más que un intento de aplacar el caos.
Pero no sería justo asegurar que el caos no produce. Al contrario. Gracias al caos contamos con la sensación de crisis. Y aunque claramente hay crisis de crisis, es poco probable que, tanto como individuos, así como sociedad, hayamos evolucionado, si siempre hubiésemos convivido en un estado de total balance. Psicología dinámica 101: crecer es atravesar crisis. No hay madurez sin atravesamiento de crisis. Las crisis son necesarias.
El caos, las crisis y los lados oscuros son todos temas atractivos para mí. No es esta la primera vez que les dedico publicaciones completas. Ya me referí a la adolescencia juvenil. También hablé de una de mis crisis personales más fructíferas. Quise luego compartir una hipótesis respecto a la crisis de los no tan adolescentes y posteriormente la opinión del padre de la psicología profunda sobre las crisis espirituales. Por último, me quise referir a las famosas toxicidades que todos cargamos y su relación con nuestra psique. Hoy me voy a referir a la famosa crisis de la mediana edad. ¿Mito o realidad? ¿Justificación o crisis?
Dos autores me han hecho, de algún modo, entrar a escribir esto. Uno es un colega australiano. El otro un neurocientífico estadounidense. Peter O’Connor y David Siegel. El primero, interesado en la segunda adolescencia. El segundo, interesado en la primera.
Por segunda adolescencia vamos a entender el periodo aproximado entre las edades de 35 a 45 años (es sólo un parámetro). Para ese momento, en mayor o menor medida (dependiendo de la persona), las metas de los veintes se han cristalizado. Lo académico ya llegó a algún puerto, facultando el poder ejercer alguna profesión u oficio, lo cual se concatena con la posibilidad de contar con un trabajo. Ya sabés quién sos, al menos en términos profesionales y/o laborales. Con mucha suerte contás ya con una pareja estable, independientemente de la figura que se haya decidido adoptar (convivencia, matrimonio, relación abierta, pacto poliamoroso, etc.). La soltería, claro está, también se presenta como una posibilidad (en algunos deseable, en otros impuesta). Espacialmente elegiste un punto geográfico en el cual descansar por las noches (el valor simbólico de contar con un hogar propio probablemente motivó, años atrás, el abandonar el espacio fundado por nuestros progenitores). Contás con varias «cosas» socialmente atractivas y probablemente también con las deudas de eso que adquiriste (carro, posgrado, viajes, mascota, etc.). Tendrías que contar con algún grado de conciencia financiera y, si las cosas han venido marchando de un modo lógico, un grado de autoconocimiento que permita una funcionalidad social al menos básica. Sos alguien, en términos sociales. Algunos son los que soñaban ser. Algunos se convirtieron en sus pesadillas.

El Dr. O’Connor asegura que este momento es realmente fundamental, en términos psíquicos (entiéndase emocionales y existenciales). Ya llegaste a la mitad del camino. Algo, proveniente por lo general de nuestro mundo interno, nos invita -a algunos los obliga- a detenernos. Tomando en cuenta que queda aún una mitad de vida, ¿nos dirigimos hacia donde deseamos o vamos empujados por una especie de inercia social? ¿Se presenta deseable, o atractivo, o placentero, o al menos satisfactorio seguir haciendo lo que venimos haciendo, por el resto de nuestra vida? ¿Tiene sentido seguir siendo quienes hemos llegado a ser o sentimos que una vez más se aproxima una crisis que nos obligará a cambiar? ¿Vengo satisfaciendo el deseo de los otros o el propio (lo siento, casi nunca esos deseos se concilian)? ¿Dejaré que lo hasta hoy construido -metafórica y literalmente- se convierta en mi nuevo punto de referencia, o debo moverme hacia algún otro lado? Como podrán ver, todo esto tiene el sabor de la adolescencia. Es otra adolescencia. Otra crisis. Otra sensación de extravío. Otro momento caótico.
Cuenta una leyenda urbana socialmente esparcida que el adolescente es muy bueno tomando muy malas decisiones (yo no estoy necesariamente de acuerdo, si es que les damos valor a la experimentación y la improvisación propias de la existencia humana). Pues bien, en esta segunda adolescencia, también podríamos permitir que el hartazgo, la falta de sabores y texturas, la urgencia de todo lo que se espera de nosotros, nos invite a tomar malas decisiones (entendiendo mala decisión por aquello que nos traerá malestares innecesarios). Acá el consejo del Doctor Freud resulta valiosísimo: tomar decisiones requiere de cierta calma, de ver diferentes perspectivas. Recuérdenlo: ya no somos aquellos adolescentes. Transcurrieron al menos 2 décadas. Algo tendríamos que haber madurado desde entonces.
La metamorfosis de la mediana edad no siempre tendría que ser vivida como una transformación radical. Algunas personas (no muchas), venían poniéndole más atención a sus vidas que a las de los demás, lo cual les permitió concentrarse menos en lo esperado y, por ende, más en lo personalmente deseado. La segunda adolescencia, en estos casos, termina siendo una confirmación de las apuestas pretéritas.

Daniel Siegel, doctor en neurociencias, asegura en su texto «Brainstorm» que no es necesariamente cierto que los adolescentes busquen el peligro de modo consciente. En ese momento histórico (en ese periodo crítico), suceden algunos hitos trascendentes: los padres dejan de ser la primera referencia -los pares ocuparán ese lugar-, la experimentación se vuelve mucho más interesante que lo ya conocido y el autoconocimiento denuncia que lo que creíamos que éramos, ya no se siente como algo estable. Nos transformamos… aunque no sepamos muy bien en qué nos convertiremos.
Unido a lo anterior, podríamos, según él, dividir a los dos adolescentes en dos grandes grupos: los que eran motivados por lo desconocido y los que fueron presas de sus miedos (probablemente heredados de sus familias de origen). El adolescente sano va al encuentro con lo desconocido (lo cual no siempre resulta bien). El adolescente reprimido se paraliza y desafortunadamente, esta parálisis lo podría acompañar por el resto de su vida.
La insípida vida que millones de personas cargan en el paso entre los treintas y los cuarentas podría provenir de una adolescencia mal transitada. Esto impidió que ciertos aspectos de su carácter se desarrollaran, lo cual los hace sentir que continúan viviendo una vida que no es la propia (como en la adolescencia juvenil). Se convirtieron en adultos, versión aburrida. No se atreven. Siguen fórmulas. No se mueven hasta que cuentan con la opinión de todos a su alrededor. Se continúan comparando con los otros (tomando como referencia las redes sociales… grave error). Son aún controlados por el miedo.
Pero existe otro tipo de pasaje. El de los que experimentan. El de los que no temen improvisar. El de los que al menos ya descubrieron qué definitivamente no quieren que sea su futuro. El de los que ya entendieron que sentirse bien depende de lo que se decide, no del consenso. El de los que temen menos y se arriesgan más.
Si no has llegado a esta etapa de tu vida, poné(te) más atención. Si ya estás ahí, no te asustés. Es parte del «ride». Si ya hace rato pasaste por los 40 y aún todo se siente acartonado y no muy motivante, revisá qué falta. Eso no lo sabe nadie… más que vos.
Allan Fernández, Psicoanalista y Asesor Filosófico / Si querés sostener una consulta individual para profundizar en esto, podés contactarme a través de este enlace. También podes seguirme a través de Facebook, Instagram, TikTok y/o visitar mi página profesional.
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